Los argentinos nos hemos acostumbrado a ver en el trono de Pedro a un compatriota, y ya parece algo tan natural que, más allá de las creencias, hasta llegamos a imaginarlo eterno. Quizá por eso se lo suele tratar como a un personaje público, como un político y se dicen cosas de él en el mismo nivel que sobre cualquier otro actor notable de la vida pública argentina e internacional. Sobre todo, desde que en sus once años de pontificado que se cumplieron en marzo pasado, no ha regresado una sola vez a su país. Nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, es el 266¦ papa de la iglesia Católica, el primer latinoamericano, el primer jesuita, el primero en reemplazar a un Papa vivo, el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI. Jefe de Estado y octavo soberano de la Ciudad del Vaticano, tomó la decisión de llamarse Francisco como el santo de Asís, el hombre de la paz y la pobreza, la figura clave para la Iglesia Católica por sus valores de humildad, solidaridad y acercamiento a la gente. Y es esa la impronta que le ha dado a su pontificado hasta hoy. 

“Recen por mí”

Desde el primer día quiso adoptar una frase que repite con frecuencia en sus viajes o audiencias públicas: “Recen por mí”, y con ella vuelve a reforzar los preceptos franciscanos porque “necesita ser sostenido por la oración del pueblo”, se dice desde su entorno. Asumió el pontificado en un momento de grandes dificultades para la Iglesia, que se fueron complicando y llegando a admitir no hace tanto el propio Francisco que el mundo vive “la tercera guerra mundial en partes”. Frente a ello, no solo busca intervenir con mensajes y actitudes de paz, sino que también se ha expresado crítico sobre Naciones Unidas, señalando que “no tiene poder para frenar una guerra”. 

Al llegar a la cima de la Iglesia, la credibilidad de los fieles estaba en permanente debate por denuncias escandalosas de abusos sexuales de algunos sacerdotes e incluso de obispos, además de sospechas de malos manejos económicos y fraude en el Banco del Vaticano. Inmediatamente tomó medidas y se observó una línea de conducta estricta, más aún cuando terminó expulsando a un cura chileno condenado por pedofilia, Fernando Karadima, ya fallecido, ante las sucesivas denuncias de la comunidad, pidiendo incluso disculpas por haber confiado antes en él. Y un gesto que impactó de entrada fue su decisión de no habitar la residencia en el Vaticano sino optar por la llamada Casa Santa Marta (Domus Sanctae Marthae), morada amplia y agradable, pero sin el “lujo” de las dependencias del Palacio Apostólico donde vivieron los pontífices desde Pio X a partir de 1903.

En esa morada invitó a comer a su mesa en varias ocasiones a personas que viven en la pobreza en Roma, generalmente extranjeros.

 

Algunas críticas desde su país

En su Argentina natal siempre se han discutido sus actitudes frente al propio gobierno local y en especial a políticos, presidentes o ex presidentes que recibió en el Vaticano poniéndose énfasis desde la crítica en que a unos sonrió, a otros no, o si los atendió de pie o sentados. Hasta hay quienes lo califican de peronista, interpretándose como una descalificación o inoportuna postura política, y otros se quedaron mudos tras el abierto recibimiento que hizo a Javier Milei en el Vaticano como presidente, quien lo había denostado varios años antes. 

Sería atinado valorar su labor papal más allá de razonamientos políticos, conociéndose que no son esos ni los objetivos ni los deseos del Papa. Y en el camino, vale recordar lo que les pasó a los anteriores y recientes papas no italianos. Juan Pablo II, Karol Wojtyla, oriundo de Polonia, fue decisivo para la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Mientras tanto en su país apoyó abiertamente a Lech Walesa, el candidato que consideró más adecuado lejos del entonces comunismo prosoviético, logrando que fuera presidente democrático de Polonia.

Por su parte, Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, brillante intelectual, que “reanimó el cristianismo en una Europa secularizada”, según críticos europeos, fue cuestionado y en una ocasión silbado en su Alemania natal por haber jurado a los 16 años fidelidad a Hitler como miembro del Ejército alemán en la II Guerra Mundial, aunque nunca se manifestó cercano al nazismo ni vistió el uniforme de las juventudes hitlerianas, como también se había dicho. 

 

La esperada visita a su país

Francisco ha puesto a Argentina en un eslabón tan alto en la consideración de sus conciudadanos argentinos y de ciudadanos de todo el mundo, que en la historia argentina difícilmente alguien podrá igualarlo en su nivel. Paralelamente, como obispo de Roma es amado por los romanos, sobre todo por su cercanía con ellos, según los propios medios italianos. Al parecer habría una primera visita a Argentina, aunque no está confirmada. Esa presencia aquí servirá para ratificarle el cariño de los argentinos. Pero, sobre todo, ayudará a darnos cuenta que quizá nunca más, tras el día de la muerte de Francisco, Argentina vuelva a tener oportunidad de lucir en su corazón celeste y blanco un líder de esta magnitud y menos en un estado y una institución de la trascendencia del Estado Vaticano y la iglesia católica en el mundo. 

Una visión moderna

Y para abordar la imagen de su pontificado, nadie duda que está marcado por una visión moderna, rechazando las posturas más bien cerradas en el seno de la Iglesia. Desde el ángulo de cardenales y sectores conservadores la oposición a esta renovación ha sido importante y sobre todo cuando pasa por colectivos como homosexuales, LGBTQ y divorciados, quienes recibieron varias veces de parte del Papa gestos enfáticos de inclusión que se resumen en la frase “La Iglesia es para todos”. 

En esa inclusión están, naturalmente, también las mujeres para quienes ha pedido siempre “mayor participación y equidad en la Iglesia y en la sociedad”, y hasta se ha mostrado de acuerdo con considerar el celibato de los sacerdotes.

La Curia Romana también está en la mirada de Francisco para hacer reformas en campos puntuales como la economía y finanzas, los tribunales eclesiásticos, el derecho canónico, la sanidad, el laicado y la familia.