La presidenta Cristina F. de Kirchner, dispuso cumplir con el protocolo establecido en la Constitución Nacional, según el cual debe ser el vicepresidente Julio Cobos quien en su condición de presidente del Senado, le tome el juramento de rigor en la ceremonia de asunción presidencial, y puso fin a polémicas innecesarias.

Por eso resultan repudiables las expresiones de insensatez y escaso espíritu de respeto a la Carta Magna, como han sido las declaraciones de la diputada Diana Conti, advirtiendo al vicepresidente que podría "pasarla mal" durante la Asamblea Legislativa del próximo sábado en el Congreso de la Nación. También son desacertadas las expresiones insultantes del periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky.

En democracia se debe aceptar el disenso, pero acompañado de civismo y respeto por la dignidad de los demás. Alcanzar calidad de vida democrática debería ser, un objetivo tanto o más prioritario que muchos otros que aparecen a diario en primera plana de las preocupaciones políticas. Además de ser ciencia, la política es un arte que, según la Academia de la Lengua, es "una virtud, una disposición o una habilidad para hacer bien una cosa\'\'.

Pareciera que algunos tienen serias dificultades para ser artesanos demostrativos de que la cosa pública les apasiona pero con respeto. En "Auge y declinación de la economía argentina\'\', Roberto Cortés Conde, miembro de la Academia Nacional de la Historia, dice que el problema de la Argentina no ha sido sólo el de la ruptura reiterada de la legalidad, sino algo más elemental aún: la ruptura de la convivencia. Los transgresores no comprenden que las leyes y las normas sociales, no son creaciones artificiales, sino pilares para vivir en comunidad.

Alguien que estudió profundamente los fenómenos urbanos como José Luis Romero, decía que "la urbanidad implica reconocer que hay gestos que no pueden hacerse y palabras que no pueden pronunciarse porque lo veda la urbanidad, es decir, el conjunto de usos que entre las personas deben tener vigencia''.

A fines del siglo XIX, en las escuelas del país circulaba el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, de Manuel Antonio Carreño. Conviene en esta circunstancia recordar lo que enseñaba como primer principio: "Llámase urbanidad al conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que les son debidos''. Sigue vigente.