Los discípulos, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies (Lc 24,35-48).


Los discípulos de Emaús quedaron maravillados luego de aquel encuentro con el Peregrino divino.  Se pusieron en camino para encontrarse con los discípulos que habían quedado en Jerusalén.  En griego, la palabra “camino” se expresa con el término “odos”.  Los dos de Emaús vivieron un “éxodo”, (alejarse por el camino): dejaron la comunidad entristecidos porque pensaban que Jesús había quedado aprisionado en un sepulcro.  Pero se encontraron con el Señor victorioso de la muerte que con su “método” (llevar por el camino exacto): “les leyó la Sagrada Escritura en lo que se refería a él y les partió el pan”, les permitió a ellos volver con los ojos luminosos y el corazón ardiendo, de modo tal de vivir un “sínodo” (caminar con otros y hacia otros): se encontraron y anunciaron gozosos la experiencia inaudita: El mismo día de la Resurrección se habían marchado con el corazón partido, y ahora regresan con el alma en llamas.  Cuando estaban hablando de estas cosas, Jesús se aparece en medio de ellos y les da la paz: “la paz está con ustedes”.  “Shalom” es el beso del deseo del hombre con la promesa de Dios.  Implica el bienestar supremo. Es su don definitivo.  Cantada por los ángeles en el pesebre, ahora es entregada por el Cristo Resucitado a la humanidad entera.  Cada una de las letras tiene un significado: S: salud; H: humildad; A: amor, L: liberación; O: obediencia; M: misericordia. Se trata de la integridad de bienes para alcanzar la tranquilidad unida a la calma. Por medio de la raíz lingüística  de "shalom", la podemos vincular con "le-shalem", que significa: completar, retribuir, compensar.  Y no es extraño que ambas voces estén vinculadas, ya que el verdadero "shalom" no es la ausencia de conflicto o la cesación de hostilidad, sino que el "shalom" se construye al equilibrar lo que está en desbalance, al promover la justicia y la íntegra equidad. Por algo el Salmo 85,11 afirma que: "la justicia y la paz se besan".  La paz, signo indudable de la presencia de Dios, es el conjunto armónico de los múltiples aspectos del único fruto del Espíritu.  Pero sucede que ese don de Dios excede nuestra pequeñez, de modo tal que nos turba.  Es que ella rompe y dilata nuestro estrecho corazón para hacer de vasija que la pueda contener. En su vida pública, el Maestro enseñó las bienaventuranzas, que son una muestra de que Dios "ve al revés" de los hombres, e invierte los criterios de los soberbios. Entre aquellas  se encuentra la de "Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios". Mientras en el mundo los poderosos se arman más, para que las amenazas a la paz sean menos, se equivocan.  La paz de Dios es una invitación a perdonar las injurias presentes y pasadas, liberándose de las garras del odio, guardando la libertad del corazón para amar y convivir, aprendiendo a comenzar cada mañana estrenando el corazón.  Sólo puede recibir la paz de Dios quien trata de simplificar los problemas en vez de agrandarlos; no acumulando las sombras, buscando en todo los resquicios de la luz.  Recibiendo la paz del Resucitado, deberíamos buscar ser, no fuentes sino canales de paz.  San Francisco de Asís, en su oración dice: "Señor haz de mi un instrumento de tu paz". En inglés traducen justamente: "Haz de mi un canal de tu paz" (Make me a channel of your peace).


    Jesús también les muestra a los suyos sus manos  y sus pies que habían sido llagados el viernes santo y ahora están cicatrizados.  Como comentaba uno de los mayores teólogos del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, "cuando el ladrón mira a Cristo traspasado comprende que su culpa es absorbida y expiada en esa herida". En esas llagas han sido lavadas todas nuestras miserias.  Pero es una necesidad que luego de la Pascua asumamos el compromiso de lavar llagas en la tierra. Decía la Madre Teresa de Calcuta: "El otro día soñé que estaba a las puertas del cielo y Jesús me dijo: "Regresa a la tierra, aquí no hay barrios de indigentes ni llagas que curar".  Afirma el Papa en su reciente Exhortación Apostólica “Gaudete et exúltate”, n.82, que Jesús no dice: «Felices los que planean venganza». Pascua no es un tiempo para hacernos los distraídos.  Es el tiempo favorable para curar heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos la cicatrización del perdón.