De mantenerse el alto el fuego, la Franja de Gaza deberá iniciar la titánica tarea de afrontar la tercera reconstrucción en apenas seis años, siempre que se levante el bloqueo económico y el asedio militar israelí, que somete en particular a la población civil con 450.000 desplazados internos y otros 200.000 que lograron salir ante la inminencia de los bombardeos.
Sin la ayuda internacional será imposible reconstruir la infraestructura básica, como sistemas de agua y saneamiento, energía y comunicaciones, además de cuantiosas viviendas reducidas a escombros y edificios con daños estructurales que los hacen inhabitables.
El agua es lo apremiante, un déficit que ya era tan crítico antes del conflicto porque en un 95% estaba contaminada, según un alarmante informe de la ONU en el que se advertía de que de no tomarse las medidas necesarias, en 2016 no quedaría agua potable en la zona. Ahora el daño es de tal magnitud que el plazo de supervivencia se ha adelantado y no puede esperar dos años más.
Sin embargo el colapso social es el que hiere profundamente la sensibilidad de quienes reciben los informes directos de los sobrevivientes, como el papa Francisco que ayer recibió al sacerdote argentino Jorge Hernández, párroco del único templo católico en Gaza. El cura, perteneciente al Instituto del Verbo Encarnado, dio refugio a niños con discapacidad, ancianos y familias en la iglesia de la Sagrada Familia, que también fue alcanzada por las bombas.
Esta nueva reconstrucción de Gaza, que será debatida en El Cairo próximamente como parte del acuerdo de alto el fuego, presenta varias incógnitas con un denominador común: el bloqueo israelí. Antes, el 40% de la población estaba sin trabajo, el 66% carecía de recursos económicos para comprar alimentos y tan sólo un 1% del PBI llegaba a través de las exportaciones -controladas por Israel- y un 10% procedía de inversión privada. Ahora, más de 28.000 personas no pueden cultivar sus tierras o pescar, y el sector privado ha sido devastado, con más de una treintena de empresas desaparecidas.
El presbítero Hernández, cuando pudo comunicarse en medio de los ataques, advirtió que los crímenes estaban aumentando. los niños pequeños se enfermaban por el miedo, el estrés, las ondas de choque, el sonido de los misiles a pesar de que los padres hacen todo lo posible para distraerlos a fin de que esta cruda violencia no los abrume. Es la síntesis de un trauma social con secuelas de por vida.