Anuncio. Un día después de que diera a conocer las nuevas medidas de restricción, el presidente Alberto Fernández, trató de "imbéciles" y "miserables" a los dirigentes opositores que lo criticaron.

Girolamo Savonarola fue un religioso dominico del siglo XVI en Florencia, actual Italia, que en esa época eran principados porque no se había formado aún el actual país. Confesor de Lorenzo de Medici, gobernante de ese momento, Savonarola fue el creador de la famosa Hoguera de las Vanidades, libros y películas y hasta una revista mundial hacen referencia a esa creación del monje. En esa hoguera, invitaba a quemar todos los bienes superfluos, vestidos, muebles, obras de arte, libros como El Decamerón de Giovanni Bocaccio y todo lo que, según su predicación, alejara de Dios. Se cansó de criticar por corrupta a la clase gobernante de Florencia y luego la emprendió también con la Iglesia del papa Alejandro VI Borgia quien lo excomulgó, mandó prohibir sus escritos y luego lo hizo quemar en la llama de la Inquisición por falso profeta pese a que había tenido varios aciertos prediciendo el futuro de la política de entonces. 


Desde que ese hecho ocurrió con Savonarola se creó la interesante categoría "el síndrome del profeta despechado". ¿De qué se trata? Que aquél que se considera no comprendido, suele volverse contra la gente acusándola de cosas irreales, sólo por el hecho de que no lo entienden. Los conceptos actuales de la comunicación enseñan que cuando hay una discordancia entre lo que uno dice y lo que la gente entiende, el problema está en uno y no en los que escuchan. No importa lo que tú digas, sino lo que la gente entienda. Se han desarrollado métodos específicos, que sin duda no conoce el presidente Alberto Fernández, para decir con formas claras, precisas y simples un concepto, un discurso, algo de lo que es maestro el papa Francisco y también nuestro obispo Lozano, entre otros.


Pero hay un detalle clave en este método, el comunicador debe ser creíble. Por ahí parece pasar el problema de Alberto. ¿Por qué no es creíble? Vayamos a la fábula del pastor mentiroso, quien decía que venía el lobo y nunca llegaba hasta que una vez fue verdad, nadie le creyó y el lobo se comió las ovejas. 


El crédito sobre la palabra de uno viene de afuera, es como la carpeta de crédito del banco de préstamos. Uno puede decirle al Gerente, "voy a pagar" pero el hombre pide la garantía de una segunda firma, un recibo de sueldo, una propiedad, la prenda de un auto. 


Nuestra credibilidad nos la proveen los vecinos, los amigos, la gente cercana y por supuesto los antecedentes. Una vez que yo he perdido esa virtud, es muy difícil recuperarla, por eso es bueno hacer lo correcto, no mentir, no fabular y, sobre todo, no cometer la torpeza de hacer afirmaciones que no se sabe si se podrán cumplir, como poner fechas y cantidades de vacunas, algo innecesario cuando había y sigue habiendo variables que no están bajo control. 


Ese "síndrome del profeta despechado" pasa a ser lo que hoy la psicología reconoce como "frustración", no conseguir lo que se espera luego de cierta acción o, lo que es peor, no reconocer que si se falló varias veces es lógico que, en este caso, la oposición se niegue a ser socia de tales desatinos, la palabra ya no puede ser tomada literalmente y hay desconfianza hasta de los propios. De la frustración siguen la impotencia, la bronca y las palabras "imbécil", "mala fe" "argentinos de bien" (que supone que todos los demás serían "de mal"), "mala persona" y otros improperios. El gobernante tiene un papel institucional que exige, entre otras condiciones, no enojarse de verdad, en todo caso, hacerse el enojado de modo calculado para producir un resultado. Debe ser firme para soportar las múltiples provocaciones que, seguramente, los opuestos ensayarán en su contra, con razón o no. En nuestro caso, Fernández ha cedido a la tentación de perder la línea arrojando insultos al aire y sin destinatario preciso al comentar un documento del frente opositor de Juntos por el Cambio. 


El problema es que de ciertas palabras ofensivas no se vuelve o cuesta mucho, se quiebra el cristal fino del respeto al otro y sabemos que el cristal no se puede volver a pegar, la fragilidad persistirá. 


Al Presidente le quedan casi 3 años de mandato, apenas si lleva 16 meses de un total de 48, la tercera parte. Todos los Presidentes han gozado buenas y sufrido malas, Fernández seguramente podrá tener revancha cuando pase el tiempo, debe serenarse y enfrentar los problemas actuales con calma. 


La oposición, buena o mala según su criterio, tiene algo inevitable, existe, es la que hay y con la que tendrá que trabajar o lidiar hasta el final.