El mundo cristiano celebra esta noche la Navidad como la fiesta de la familia, de la niñez y de la solidaridad. Es que el Dios que se ha querido acercar al mundo en Jesucristo, se ha donado envuelto en el misterio de la pequeñez, y en el ámbito de un hogar, para que de este modo, la inocencia sea custodiada y la comunidad no sea menospreciada.

Celebramos esta Nochebuena inmersos en el tiempo que se hace historia y en un contexto concreto como argentinos. Son valiosos los pasos de progreso realizados, pero debemos comprometernos todos a trabajar tanto por la erradicación de la pobreza como por el desarrollo integral de todos los hombres. En este ideal nos podemos encontrar y sentirnos parte de una tarea común. La deuda social no admite postergación, por ello debe ser una prioridad fundamental que comprometa lo mejor de todos los argentinos, empezando por sus dirigentes y autoridades.

No estamos sólo ante un hecho económico, sino ante una cuestión moral. La lucha contra la pobreza y marginalidad debe tener el marco ético de los derechos humanos, porque se trata de un tema de justicia. Hay una cultura extendida basada en el tener y el consumo que nos adormece; hay en ello una actitud individualista que lleva al debilitamiento de los vínculos personales y comunitarios. Debemos recuperar, para ello, un estilo de vida más solidario donde el otro, sobre todo el más necesitado, se convierta en una pregunta que nos comprometa.

El individualismo nos impermeabiliza y nos hace insensibles para escuchar la voz de los demás. Cuando el mensaje de Navidad se hace vida en nosotros, este mundo es posible. Los verbos "compartir'' y "agradecer'' son claves en ese mensaje. Para construir el futuro de nuestra Patria no debemos anclarnos en el pasado; si, en cambio, valorar el camino recorrido y tomar de él lo mejor.

Sólo alcanzaremos logros estables como sociedad cuando nos decidamos por el camino de un diálogo maduro, incluso en el disenso; por un sincero espíritu de reconciliación que no excluye la verdad y la justicia, pero nos dispone al diálogo y al encuentro. Por el respeto a la ley que nos haga crecer en una auténtica libertad; por un espíritu solidario que nos haga sentir miembros de una misma comunidad; por el reconocimiento de la dignidad de la persona humana desde el primer instante de la concepción hasta su declinación natural; que seamos, en fin, servidores y protagonistas del bien común.