El 11 de octubre del año pasado, el Santo Padre Benedicto XVI, proclamó el "’año de la fe” en el 50 aniversario de apertura del Concilio Vaticano II. Nos recuerda que fue un Concilio sobre la fe y que nos invitaba a volver a poner en el centro de nuestra Vida a Cristo. Emitió una carta apostólica en forma de motu proprio llamada Porta Fidei (La Puerta de la fe). Su santidad apoyándose en la cita bíblica de Hechos de los Apóstoles 14,27, toma la metáfora como puerta de ingreso a Dios. En éste pasaje Pablo y Bernabé después de haber recorrido distintas ciudades predicando la Buena Noticia de Jesús, abrieron a los paganos "’la puerta de la fe”. En esta carta apostólica se nos habla de manera sucinta diversos aspectos de la fe, recuerda que "’la Iglesia en su conjunto está llamada a ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida”, al encuentro y amistad con Dios.

Nuestro actual papa Francisco, publicó este 29 de junio, solemnidad de san Pedro y san Pablo la esperada encíclica sobre la fe: "’Lumen Fidei” (La luz de la fe). Esta encíclica termina de completar las dos encíclicas previas elaboradas por el Papa Benedicto XVI sobre la esperanza (Spe salvi) y la caridad (Deus caritas est). La primera redacción del documento fue realizado por Benedicto XVI y el papa Francisco agregó solo algunos aportes. La encíclica está articulada en 4 capítulos y desarrolla la fe bajo la metáfora de la luz. Abre la encíclica partiendo de una cita del evangelio de Juan: Jesús vino al mundo como luz para que todos los hombres que crean en Él no vivan en tinieblas (cf. Juan 12,46). Vivir en la fe no es seguir una "’luz ilusoria”, ingenua, propia de una época antigua, que sirvió en un momento de la historia, como se pensó la modernidad. La fe no es contraria a luz de la razón ni a la búsqueda de la verdad de las ciencias. Seguir solamente la luz soberbia de la razón es entrar a dar vueltas y vueltas sin una dirección fija llevándonos en definitiva a la oscuridad. La fe no ocupa el espacio donde la luz de la razón no llega, no es un salto ciego al vacío o una experiencia subjetiva intransferible. La fe es aquel don real, auténtico que nos trae Jesús y que "’ilumina todo el trayecto de nuestra vida”. Nace del encuentro con el Dios vivo. La luminosidad de la fe "’es capaz de iluminar toda la existencia humana”. Creer no es solo creer en quien Creemos, no es mirar simplemente a Jesús; es "’ver desde el punto de vista de Jesús”, participar de su mirada, es recibir los "’ojos nuevos” de Jesús que nos enseña a contemplar al Padre y movernos en este mundo.

La transmisión de la fe pasa por las coordenadas temporales de generación en generación, y mediante una cadena ininterrumpida de testimonios, ha llegado hasta nosotros el rostro de Jesús. El conocimiento de la fe no lo aprendemos desde el yo individual, sino la descubrimos en una memoria común, en relación a un "’nosotros creyentes”. Éste es lugar de la Iglesia. Ella es una Madre que nos enseña hablar el lenguaje de la fe. La fe, por su naturaleza, se abre a un nosotros eclesial y no a una intimidad personal de mi yo con el Tú de Dios, de manera aislada. La fe es relación comunitaria de un único Dios entregado a un nosotros.

Cuando se apaga la fe, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten, la vida deja de tener a Dios como referente de autenticidad y verdad. Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios en nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, con el alto riesgo de llegar a una destrucción.

(*) Párroco de 25 de Mayo.