De acuerdo con las observaciones realizadas por importantes analistas políticos, particularmente en Latinoamérica, no caben dudas que los populismos en nuestro continente están iniciando la retirada, porque la gente comprende que los métodos utilizados por los líderes que en las últimas décadas aparecieron en la escena pública, han generado más pobreza y, sobre todo, en razón de que las instituciones elementales que sostienen nuestros estados regionales, son avasalladas por esos personajes con casi una total impunidad. Los palabras ‘república”, ‘sistema electoral”, ‘constitución”, ‘leyes”, etcétera, y los sagrados contenidos democráticos que ellas contienen, son ignorados sin solución de continuidad, para caer lentamente en la terrible anarquía que ello conlleva.

Ha llegado a los pueblos de esta parte del mundo, el hartazgo por la sumisión al influjo de los líderes carismáticos, que una vez en el poder, no pudieron sustraerse a los apetitos desmedidos de los egos de cada uno, que sutilmente les hicieron creer que eran los mesías que traían las fórmulas y los métodos ansiados para vivir en paz en un mundo de necesidades insatisfechas. Ese cansancio moral, que va imponiendo la reacción de los oprimidos, que no tienen otra arma que el voto popular libre, se expresa en la explosión de los reclamos y en la exposición de los errores de los dirigentes, que siempre repercuten sobre los intereses de los que menos tienen.

Nada de lo que esperaban legiones de honestos ciudadanos sucedió, y las pruebas irrefutables las tenemos aquí, cerca, en Argentina, con la derrota del régimen que representaba Cristina Fernández de Kirchner en manos de Mauricio Macri, al apartarse en forma inexorable de las demandas de mayorías perjudicadas. Y no sólo ella sufrió en carne propia el rechazo de la gente, sino que nos basta mirar en los países de América del Sur, en los cuales esos populismos políticos corruptos, van llegando a su fin. Dilma Rouseff, en Brasil; Evo Morales, en Bolivia; Nicolás Maduro, en Venezuela; Rafael Correa, en Ecuador y Santos, en Colombia, son representantes de tales regímenes que sienten, sin dudas, el rechazo que ha germinado entre sus gobernados, superados por la injusticia y la violación de los derechos legítimos de la ciudadanía.

Lo de Morales es llamativo, si tenemos en cuenta en la nación del altiplano no hay un desmedido descontento con su gestión económica, pero en la última consulta popular, el pueblo le dio la espalda a sus deseos de perpetuarse en el poder. El mismo Correa, en Ecuador, que sigue sus huellas, también ha desistido de alcanzar un nuevo período en el gobierno y anunció que no insistirá en la reelección, en tanto que Maduro prepara una retirada que sea lo menos deshonrosa posible.

Lo más grave de los populismos, son las ansias desmedidas de los líderes que los encabezan, quienes pretenden eternizarse en el poder y por ello dejan de lado la necesidad de preparar sucesores. Todo ello ha instalado en los electorados de las naciones americanas, la necesidad de volver a gobiernos que duren un solo período de seis años para evitar la mala tentación de manejar sin tiempo la cosa pública. El fin de los personalismos políticos está llegando, así como los sistemas electorales que permiten la corrupción. Los partidos políticos deben democratizarse para terminar, de una vez por todas, con el ‘dedo” que marca los caminos hacia la degradación de quienes aviesamente se instalaron indefinidamente en la conducción de las naciones.