Hay procesos inexorables, la caída del cabello, la eliminación del dedo más pequeño del pie la extensión de la esperanza de vida y el fin del trabajo. Ninguno ocurrirá de un día para otro pero las tendencias son definitivas, los antropólogos, acostumbrados a medir los cambios en lapsos muy largos, son categóricos y si analizamos los períodos recientes, tenemos que darles la razón. ¿Para qué habrá servido el cabello en los seres humanos? Nadie lo sabe. Hay algunas hipótesis pero son sólo eso, suposiciones. Lo del dedo meñique es más notorio, es la consecuencia del uso del calzado que cada vez ha ido siendo más angosto reduciendo a través de generaciones la longitud del dedo más pequeño hasta hacerlo desaparecer. La medicina y ciencia farmacéutica han hecho lo suyo para que vivamos más años.

En cuanto al trabajo, de hecho hay muchos que ya han desaparecido, principalmente todos los que hacían uso de la fuerza. Ya en 1995 el sociólogo y economista Jeremy Rifkin (foto) publicó el exitoso ensayo, El fin del trabajo, en el que advertía sobre la influencia de los cambios tecnológicos en las categorías laborales tradicionales, especialmente el trabajo industrial. 20 años después una pléyade de cerebros comienzan a desarrollar algunas soluciones para la distribución de la renta mundial, dado que es evidente que se creará cada vez más riqueza pero cada vez por menos manos. Hasta ahora, viene siendo el salario compensatorio por alguna tarea la forma más corriente de distribución de riqueza, aunque desde hace muchos años funcionan las pensiones por edad, discapacidad y otras que no contemplan prestación alguna por el beneficiario. Si bien funcionan desde hace medio siglo todavía dificultades graves de financiamiento. Yendo al grano, lo que se viene pensando por grandes cerebros empresarios y científicos es crear un fondo universal por el que se abone a la naciente clase de desocupados tecnológicos una suma que asegure su supervivencia digna, algo así como en nuestro país la Asignación por Hijo, o lo que entregan los casinos en EEUU a los indios por el solo hecho de serlo y permanecer en las reservas. Los fondos se generarían de un impuesto recaudado a escala global que podría ser luego suplementado por otras prestaciones según el país o la provincia. Estas ideas incluyen que este subsidio, que sería realmente universal en el sentido estricto del término, no devengaría contribución alguna por el beneficiario y no exigiría de su parte ninguna contraprestación. Se están debatiendo detalles del financiamiento, que no serán fáciles de instrumentar, cómo se pagaría, quiénes lo harían, cómo y a quiénes correspondería elegir a los afectados y si sería conveniente pedirles que asuman alguna actividad. Están defendiendo esta propuesta de futuro aun con discordancias en cuanto a detalles, científicos sociales, expertos en política y filósofos de todo el mundo entre los cuales está el ya citado Rifkin. Ya están en funcionamiento algunas pruebas como la que se instituyó en Finlandia para ejecutarla durante el año pasado y el corriente para evaluar sus resultados el año que viene, 2019. Allí el total de desempleados de la población activa ha llegado al 10% y se ha dispuesto un presupuesto del 1% del PBI del país, lo que permite, al día de hoy, entregar una cifra cercana a los 560 euros mensuales. Se prevé que la cifra total pueda ascender hasta el 5% del PBI. Otro tanto ocurre en Utrecht, provincia de los Países Bajos (conocidos por nosotros popularmente como Holanda) donde la experiencia es realmente piloto de tamaño pequeño: Se ha tomado a sólo 250 ciudadanos que recibirán una asistencia oficial equivalente a unos 1.100 dólares mensuales durante dos años. La iniciativa se extiende a Ontario, Canadá y a algunas ciudades de la India pero siempre con carácter tentativo, con grupos de no más de 6.000 individuos y por períodos de prueba de alrededor de 18 meses. Asombra la cautela conque estos países, que están entre los más ricos y poderosos del mundo, toman este problema cuando en Argentina tenemos 4 millones de beneficiarios de la AUH desde hace años y sin que se hayan evaluado o por lo menos no publicado sus consecuencias y resultados. De generalizarse esta práctica en el mundo como forma de proteger a ciudadanos expulsados del sistema laboral por la tecnología, es evidente que la AUH puede servir de muestra o de modelo. La explicación de nuestra prodigalidad es fácil de entender. Entre nosotros no es común evaluar los costos antes de otorgar beneficios.