Con la celebración de Pentecostés culmina el tiempo pascual. Un serio problema que tenemos en relación con nuestra devoción al Espíritu Santo -el gran desconocido-, es que este "no posee cara ni rostro". Es cierto que, desde el siglo X, se representa a las personas de la Trinidad en forma de tres figuras, práctica que dura hasta el siglo XV. Pero más tarde, con Benedicto XIV en 1745, la Iglesia prohíbe que se le represente con forma humana. El modo más general de representar al Espíritu Santo, que ya se encuentra en las Catacumbas de San Calixto (Roma), es hacerlo en forma de paloma, inspirándose en el episodio del bautismo de Jesús (cf. Mt 3,16). El otro símbolo asociado a la tercera persona divina es el que se basa en el relato de hoy sobre la efusión del Espíritu divino en forma de lenguas de fuego, y que ya aparece en el arte medieval.


En tiempos de Jesús, Pentecostés o "fiesta de las semanas" -antigua festividad agrícola en la que se ofrecía a Dios la primera siega de trigo- se celebraba siete semanas después de la Pascua (cf. Lev 23,16-22). Este acontecimiento gozoso tenía el sentido de conmemoración de la alianza del Señor y celebración de la ley de Moisés. Los judíos la llamaban "la fiesta de las Semanas", porque se celebraba "una semana de semanas" después de Pascua, es decir a los cincuenta días de esta última festividad. Si Pascua recuerda para el israelita el éxodo de Egipto y el paso del Mar Rojo, Pentecostés se asocia a la llegada del pueblo al Monte Sinaí, donde se establece la alianza con el Señor. La primera lectura (Hech 2,1-11), expresa el momento en que los discípulos reunidos y con las puertas cerradas, tuvieron una vivencia del Espíritu que les llevó a destrabar las puertas y salir valientemente a predicar a Jesús Resucitado. "De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse" (Hech 2,2-4). El "fuego" que purifica e ilumina (cf. Is 6,6), indica una transformación interior en los discípulos de Jesús, quienes de pobres e incultos pescadores se transforman en intrépidos anunciadores del evangelio. El milagro de las lenguas viene a indicar que el Espíritu cumple la misión de crear unidad en la diversidad, como lo expresa Pablo en la segunda lectura: Se quiere afirmar que comienza una nueva etapa en la manifestación de Dios, y nace la Iglesia. En el evangelio se nos presenta a Jesús donando su paz y actuando la reconciliación: "Entonces llegó Jesús y, poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!"...Sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20, 19-23).


La solemnidad de Pentecostés es una invitación a que, como Iglesia y creyentes, seamos siempre artífices de diálogo, no a pesar, sino gracias a que todas las personas somos distintas, convirtiéndonos en agentes de paz e instrumentos de reconciliación.


No hay posibilidad de comunicarse eficazmente y anunciar comunión, cuando el corazón está invadido por la violencia y la agresividad. El Espíritu Santo había pacificado los corazones de los discípulos; de ahí que pudieran hablar lenguas diferentes y sin embargo comprenderse. Esto es lo que hoy pedimos a través de la Secuencia que se lee antes de la proclamación del evangelio: "Ven, Espíritu Santo, suaviza nuestra dureza y elimina con tu calor nuestra frialdad". Deberíamos seguir la siguiente fórmula siempre que deseemos buscar el diálogo sincero y reflexivo con el prójimo: 1- Escuchar "aquello" que dice el otro; 2- Escuchar "todo aquello" que dice el otro; 3- Escuchar "antes, todo aquello" que dice el otro. Y para comunicarnos no siempre debemos querer tener la razón a toda costa. Decía el filósofo francés Claude-Adrien Helvétius (1715-1771), que "los hombres están siempre contra la razón, cuando la razón está en contra de ellos". Para muchos, la razón es "sólo tener razón". Todo lo que no entra en el perímetro de sus convicciones y conveniencias, se transforma automáticamente en absurdo. En la raíz subyace siempre la soberbia o el egoísmo. Por esa vía se humilla a la verdad, no se escuchan las propuestas de los otros y nos convertimos en fanáticos intransigentes. El teólogo y mártir Dietrich Bonhoeffer precisaba que, "el inicio del amor hacia el prójimo, está en aprender a escuchar sus razones".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández