Los católicos comenzamos el tiempo de Cuaresma con la celebración de hoy, Miércoles de Cenizas. Cada año, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. En el mensaje de Benedicto XVI para esta ocasión, se toman como lema las palabras del apóstol San Pablo: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo" (Rom 3,21-22). La invitación es pues, a vivir el compromiso por la justicia, que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo", según la famosa expresión de Ulpiano, el jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. El hombre necesita, para gozar de una vida en plenitud, de los bienes materiales, pero la justicia distributiva no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. La criatura humana tiene hambre y necesidad de su Creador. A él debe convertirse a diario. Hacerlo, equivale a cumplir un acto de justicia plena. Las lecturas de este día son una invitación al desafío que se transforma en una liberadora aventura: la conversión de la mente y del corazón.
En la primera lectura, extraída del libro del profeta Joel (2,12-18), se nos ruega "volver al Dios bondadoso y compasivo de todo corazón". En la teología medieval, el pecado era definido como "darle la espalda" a Dios, y la conversión "darle la cara a Él": mirarlo de frente. El verbo hebreo que indica este movimiento es "shûb", cuyo significado base es el de moverse en la dirección opuesta a aquella que se está siguiendo, para llegar de nuevo al punto de partida inicial (Gen 15,16; 18,10; 8,9). En el uso teológico, aquel verbo aparece 164 veces en la Sagrada Escritura. En el lenguaje profético, indica el volver a anudarse a Dios para vivir la auténtica liberación. Puede sonar contradictorio, pero cuando nos atamos a Dios vivimos más desprendidos y transfigurados (Is 30,15; Jer 3,12). El Dios en quien creemos, afirma Joel, es "piadoso, misericordioso, lento a la ira y volcado al amor hacia sus criaturas". La secuencia de estos términos hebreos, expresan las actitudes de Dios, ricas en significado y dignas de ser imitadas. El término "hannûn" (piadoso) se refiere a la actitud esencial del Señor en favor de su pueblo. A ésta sigue la palabra "rahûm" (misericordioso), que expresa la ternura materna hacia su criatura. Luego la expresión "erek ‘appayim" (lento a la ira), para indicar la respiración profunda de la persona que ha sido ofendida y que se toma el tiempo necesario para no reaccionar con la venganza, sino que cambia su actitud con la benevolencia: "rab hesed". Finalmente Joel define al Señor como "niham ‘al hara’ah" (se arrepiente de sus amenazas, se aplaca frente al mal). El verbo "naham", referido a Dios, indica que su respuesta no es la devolución del mal por mal, sino ternura frente a la maldad. Este cambio, no es signo de inconstancia o falta de firmeza, sino reveladora de que la voluntad divina es la de conceder en forma ilimitada su perdón al hombre y, en última instancia, reintegrar plenamente a la persona en la comunión con él. Los invito a meditar sobre el significado de estos verbos que expresan el corazón de Dios.
Por nuestra parte, respondamos con el Salmo 50 que cantamos hoy en la asamblea litúrgica. Es el salmo penitencial por excelencia. Se trata de la invocación de perdón que realiza el rey David, luego de haber vivido una vida desordenada y perdida. Reconociéndose pecador, ahora confía únicamente en el amor fiel y misericordioso de Dios.
Que este sea el don que obtengamos en esta Cuaresma: la miseria humana de cada uno sea borrada por la misericordia divina. Esperando encontrar trabajo algún día, un pintor ambulante de retratos, se detuvo en una pequeña ciudad. Uno de sus primeros clientes fue un borracho, quien se sentó con gran solemnidad para que le hiciera el retrato. El artista sacó el cuadro de su atril y se lo mostró. "Ese no soy yo", balbuceó el borracho mientras observaba la pintura en la que aparecía un hombre sonriente y bien vestido. El pintor, que había observado más allá de lo exterior, respondió: "Éste es el hombre que tú podrías ser". Aplicando esta enseñanza en la presente Cuaresma, pensemos en lo que podríamos llegar a ser, si nos convirtiéramos. Es decir, "despedirnos" para "entregarnos". Pronunciar nuestro "adiós" a la oscuridad del ayer, y darle la bienvenida al "hoy" luminoso de Dios, que sin cansarse sigue esperando nuestra vuelta a él.