Los exabruptos, las presiones, amenazas y descalificaciones indisimuladas y entrecruzadas por la dirigencia sectorial, han reemplazado al diálogo enriquecedor destinado a llegar al consenso, con el respeto al quien disiente y fija una posición diferente ante un tema de interés general. Este clima de intolerancia se ha vuelto habitual en el afán de imponer líneas de conducta sostenidas con el poder antes que por la razón.
Es la fórmula patoteril del barra brava que avanza como estilo de vida y choca con los principios de una democracia que se degrada por efecto de las pasiones y sinrazones expuestas públicamente ante una ciudadanía que observa con estupor el accionar de quienes deberían mostrar un cauteloso razonamiento y un tacto contemporizador para afrontar las divergencias.
Las intemperancias y rispideces autoritarias y absolutistas se suceden a diario, pero la reciente acusación a los gritos que expresó el secretario general de la CGT opositora, Hugo Moyano, a su otrora amigo, el abogado laboralista y diputado Héctor Recalde, a cargo de la Comisión de Relaciones del Trabajo, en la discusión por la modificación de la ley de Accidentes de Trabajo impulsada por el oficialismo, es el ejemplo palpable de este enconado resquebrajamiento del papel de liderazgo.
En el atropello, la durísima incontinencia verbal de Moyano dijo que "creíamos que teníamos un hombre que respondía a los intereses de la CGT y de los trabajadores. Tengo que decir que no es así. No podés ser tan servil al poder y no responder a los trabajadores”, le espetó el líder de los camioneros a Recalde ante la sorpresa de quienes asistían a la reunión legislativa. Esa reacción tal vez podría haber sido en momentos de un encuentro personal entre ambos personajes que mantuvieron una estrecha relación sindical durante varias décadas, pero es inadmisible que el incidente se haya producido en un ámbito de representatividad institucional. Moyano debería recordar que cuando el pueblo otorga un mandato parlamentario es para que se legisle en bien de la ciudadanía, no para un determinado sector como parece pretender el camionero, ahora enfrentado políticamente con el oficialismo.
En este entredicho mediático, el diputado ha tenido la dignidad de separar las aguas, declarando que no quiere entrar en la cuestión personal a pesar de que son públicas las diferencias con el sindicalista, no obstante sentirse dolido por el episodio. Esto es lo que importa: respetar las posiciones que cada uno elige y, las discrepancias que se puedan generar, se ventilen con la responsabilidad que debe exhibir el hombre público.
