Las palabras “crisis”, ”preocupación”, “miedo”, “inseguridad”, son las que están de moda. Y, el lenguaje, o las palabras que utilizamos diariamente, son las que mejor reflejan la realidad. Nunca engañan. No obstante, en la actualidad el marketing político es una disciplina que combina el marketing con las ciencias políticas. Las mismas resultan fáciles de ver, porque una vez que surge una idea, se hacen apariciones públicas de cercanía con el pueblo.

Aunque, estas uniones puerta a puerta jamás permitirían la idea superadora de “crisis como posibilidad de humanización social”, (tan presente en Ortega y Gasset), resultan como modernas. Sin embargo en un largo plazo suelen golpear a la puerta de la desilusión, o que la idea que instala “la cultura dominante”, es la pura verdad. En este pensamiento todo es visto bajo la idea dominante del éxito o fracaso propio de las metas empresariales. La educación de Francia, por ejemplo, donde los profesores con los mejores promedios enseñan, ha dado excelentes estadísticas educativas, pero también una gran ola de suicidios de adolescentes. Es decir, el pensar diferente es abarcado desde los puntos fuertes o débiles que pueda llegar a tener, para instalar una agenda futura con medios afines. La reforma educativa de los 90 en Argentina, al achicar las materias de la Lógica de la razón filosófica privó de profundidad.

“A veces se pide a lo profundo que se presente de la misma manera que lo superficial”.

Precisamente, ya el sabio poeta Goethe cantaba: “yo me declaro de esos que de lo claro a lo oscuro aspiran”. Es decir, la cultura es la que posibilita los conceptos frente al hostigamiento de la vida, y es la que crea la base de los principios. El marketing político a la vez que crea cultura y logros numéricos, también crea la anticultura del amaestramiento, cuando impone un ranking de promedios. Lo que alimenta a nuestra cultura es la ansiedad. Lo que interesa es el mostrarse fuerte de logros. En esta actitud sólo prima el generar un posicionamiento psicológico de empatía, sobre una ética de autenticidad.

Al respecto, los trabajos no son realmente auténticos, cuando sus ocupantes desearían poder quejarse de las cuestiones que les molestan, pero no encuentran ese espacio, por la misma absorción que los esclaviza. Tal vez, por ello, el descargo en las redes sociales los vuelve aún más inauténticos, casi como un espacio que cuentan para poder expresarse, pero de la peor forma en un contexto de libertad de opinión, porque los termina haciendo más funcionales a los intereses elitistas. Es decir, la cultura, idea conceptual reflexiva, son desplazadas por palabras sueltas, números taquilleros, y costumbres artificiales, en el gritar con ideas que descalifican a otros sectores. El sector más dañado en la actualidad es el educativo. El mejor ataque es el de crear la cultura que es vida, y la vida plena el tesoro de los principios. La educación es la que puede crear una cultura de lo futuro. No obstante, el marketing necesita de las migajas de los logros economicistas a los tesoros culturales. La cultura liberal ha fracasado y la popular no resultó un antídoto eficaz. Y, la cultura tecno actual, todavía no se ancla en el concepto de las causas, sino de las consecuencias de especuladores de mercados.

No obstante, el neoliberalismo siempre resurge enarbolando la bandera vacía, adormecedora de las luchas, en las ideas cíclicas de que “no hay otra salida”, “es esto o el caos”, “el fin del trabajo”. Siempre es la lectura del fin, y que en el futuro mejoraremos, pero al fin y al cabo, el mismísimo fin de los principios de la cultura emancipada, cuando ese futuro se hace eterno. En fin, la llave de logros está en que todo análisis, estadísticas, deben ir hasta la raíz de los problemas, algo difícil de sobrellevar por un ser humano, que en ocasiones no se siente interpelado por las circunstancias, si sólo observa un bosque, pero sin divisar sus árboles.