El universo "ni-ni": el de los jóvenes que ni trabajan ni estudian, nombra una realidad demasiada compleja para simplificarla en pocas líneas. "La exclusión social de los jóvenes en Argentina", un estudio reciente de la Universidad Católica Argentina (UCA), elaborado a partir de datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), cuenta que en el país hay 746.000 jóvenes que no estudian ni trabajan: 536.000 de ellos, además, ni siquiera buscan trabajo. Se trata de jóvenes de entre 16 y 24 años que entran y salen del mundo de la educación y del trabajo sin lograr mantenerse en ninguno.
No vieron trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos, y por eso carecen del método. La escuela es la gran transmisora de método, y eso es lo que se ha perdido. Entonces, no tienen la rutina que se construye levantándose todos los días para trabajar o estudiar. Éste es el principal problema social de la Argentina y, a menos que se genere una nueva política pública, la violencia no va a desaparecer porque hay una parte importante de la sociedad sin horizonte.
En efecto, para muchos jóvenes, las ideas del progreso a través del esfuerzo y el ascenso social a través de la educación, son referencias de un mundo que ni siquiera tuvieron el gusto de conocer. Así, en un mundo imprevisible, todas las trayectorias previstas se han roto. No hay idea de recorrido, de planificación, de pasado ni de futuro. Por eso no piensan en progresar, sino en "salvarse".
El estudio de la UCA consigna que cada año abandonan el secundario 135.000 alumnos, en una silenciosa sangría de futuro que se origina temprano. A los 15 años, 6% de los chicos no trabaja ni estudia; tres años después, la cifra se cuadruplica. El fenómeno golpea sobre todo a los más pobres: 51% proviene del quintil más bajo de la distribución de ingresos. Ellos constituyen la fuerza laboral potencial de las bandas organizadas, debido a la ausencia total de otras perspectivas laborales y posibilidades de progreso dentro de la legalidad. Una solución que podría revertir esta realidad podría ser la de una acción integral, masiva y de largo plazo, similar al programa Bolsa Familiar de Brasil, que tras décadas de aplicación sacó a millones de personas de la pobreza. También es necesario reducir la informalidad laboral, realizar un esfuerzo de capacitación para los sectores más pobres de la población, y luchar contra el narcotráfico que avanza a pasos agigantados. La política debe dar una respuesta urgente a este flagelo, porque los adolescentes y jóvenes no son el futuro: ellos son el presente, y no se los puede dejar más en estado de abandono.