Desde hace una semana, la plaza Al Tahrir, en El Cairo, es epicentro de miles de manifestantes que reclaman la salida del presidente Hosni Mubarak y condenan su desvergonzada pretensión de dejarle en herencia a su hijo Gamal, la presidencia de Egipto. Siguen el ejemplo de los tunecinos, que acaban de derrocar al dictador Ben Alí.
Las juventudes urbanas de los países árabes del norte de África, mayoritarias demográficamente, comparten la misma sed de libertad, trabajo y dignidad y están informadas, gracias a la televisión por satélite y a Internet, de lo que ocurre en su entorno y en todo el planeta. El éxito inicial de la revolución del jazmín y la sangre de Túnez iba a despertar sus esperanzas, frente a los regímenes autoritarios, en especial los de Argelia y Egipto.
Los manifestantes egipcios rechazan a las dinastías políticas familiares, que primero se apoderan del escenario público y luego lo monopolizan. Es el rechazo al llamado "tawrith", el nepotismo que transforma a la actividad política en un ámbito en el que se instalan, por el mayor tiempo posible, gobiernos familiares o hereditarios. Como ocurriera en Túnez, cuando el ahora depuesto Ben Alí intentara ser sucedido en la presidencia por su propia esposa, Leila. Las consecuencias de lo que está ocurriendo pueden, de pronto, extenderse también a otras desagradables realidades dinásticas. Como es el caso de Siria, con Bashar, el hijo del fallecido Hafez al-Assad, que asumiera el poder en 2000. O el de Yemen, donde Ali Abdullah Saleh, que ha estado en el poder por más de tres décadas y es un aliado de los Estados Unidos en la lucha contra Al-Qaeda, intentaba ser seguido en la presidencia por su hijo Ahmed, quien ya comanda las fuerzas armadas, y ante la presión de las calles ha debido dejar esos planes de lado. O el de Muammar Gaddafi, el extraño líder de Libia, que simplemente duda a cuál de sus hijos dejarle el poder.
Lo cierto es que, en el mundo árabe, la gente sale masivamente a las calles a protestar, porque se siente injuriada, cuando sus gobernantes maniobran la manera de compartir desaprensivamente los podios con sus esposas o esposos o con sus hijos y parientes, que suelen estar acompañados por pequeñas elites empresarias que aprovechan, en beneficio propio, su proximidad con el poder.