"...el otoño se va retirando poco a poco... y ...los pájaros comienzan a tiritar... y las hojas dejan transcurrir sus últimos mensajes''...



No sé cuántos latidos me entregará el pecho cuando entone ante la gente la canción que humildemente pude darles para sonreír o morir sólo de amor, para identificarse con la gleba, los callejones ocre y las penúltimas rosas. 


Aunque aún falta la última posta de su poema dorado, se nota en la languidez de las plazas y el alejamiento del romance que transpiraban las tardes con su tibieza infinita, que el otoño se va retirando poco a poco.


En un banco de la plaza una parejita se sube al pecho la mansa tarde, cobijando la adolescencia con abrigos simples sobre sus hombros. Un jubilado mira las cosas hasta el origen, con ojos mansos. Hubo tiempo para esto en otoño. La mansedumbre comienza a cesar, la novela romántica se retira. Hay en el alma del paisaje un prisma especial estos días, para mirar en profundo y en sueños; pareciera que nos aferramos al otoño para atesorar algún costado de la felicidad.


Los pájaros comienzan a tiritar, las hojas dejan transcurrir sus últimos mensajes. Siento en la lejana pero entrañable vos de Hugo la glosa de la canción que desde San Juan recorre, airosa, callejuelas del mundo: "Salir, correr, silbar el viento, extraviar el pulso en el informal desafío de los pájaros. Caer cara al cielo, piel al cielo y morir una y mil veces este otoño en San Juan''...


La ciudad acumula estampas de trigo en el firmamento de los plátanos. El campo se despereza en amores dulces, cuando la calandria descifra en mieles los versos del Chiquito Escudero, de Rufino Martínez o Antonio de la Torre. Una sinfónica de sueños y fascinaciones enhebra tonadas en la herencia de luz dejada por nuestros poetas.


Retornan en estos días tibios las catedrales de balcones y taperas que nos honran en las pinturas de Santiago Paredes y sus ilustres seguidores contemporáneos. Los músicos se ponen por unos días algún trajecito de tristeza. Los baña de añil la melancolía buena y sanadora: Bienvenido Ernesto Villavicencio tonadero, Carlos Montbrum Ocampo de los valses, Buenaventura Luna de las canciones, Saúl Quiroga cuequero, Eduardo Troncoso profundo, Daniel Giovengo de los poemas barriales, Bebe Flores de la ternura campesina.


El otoño se va y nos deja hasta que el año haya alcanzado sus últimos fuegos y estemos sedientos de su cobre y de su gracia. Luego la vida nos propondrá, una vez más, el orgullo de haber nacido aquí, donde las casas suelen revolcarse en el polvo sangrante de su historia, los parrales suben el vino al corazón, y Sarmiento -sentencioso y justo- nos sigue reclamando la salvación de las escuelas desde su autoridad de estadista y prócer magno. "Salgo a volar, San Juan, tu abril maduro, donde el reposo de la vendimia se ha propuesto un sueño póstumo para enterrar las penúltimas rosas...'', repicará una vez más en el pecho. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.