A veces nos invade a los argentinos cierto pesimismo agobiante. Así llegamos a pensar que vivimos en el peor de los mundos, el peor de los años y que nunca alcanzaremos el destino tan anhelado. La pandemia y algunos desaciertos en la gestión de la crisis, profundizaron sin lugar a dudas ese estado de ánimo. Y volvió como latiguillo del pesimismo, aquella frase tan temida: "La única salida es Ezeiza". 

Es que visto desde el pesimismo (del latín pessimum, "lo peor") el camino se vuelve borroso y difuso. Porque debilita nuestra confianza en los otros y en nosotros mismos, de poder alcanzar las metas que, de antemano ya creemos inalcanzables. Al respecto, el filósofo William James (1842-1910) solía decir que: "El pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo al poder".

La palabra "pesimismo" acuñada por el filósofo francés Voltaire en 1759, hace referencia a una disposición anímica negativa, proclive a mirar el aspecto más desfavorable de las cosas. La tristeza, la desesperanza y la actitud quejumbrosa son sus manifestaciones más habituales. 

Es como un círculo vicioso que no sabemos romper porque siempre volvemos al mismo punto de partida. Puede que el pesimista no advierta que quedó atrapado en la lógica del círculo negativo, pero sí lo detectan terceros, generalmente con una actitud más positiva ante la vida. Siempre habrá quienes ven la botella medio vacía, alguno medio llena, otro medio llena, pero de veneno y habrá quien que ya no ve ni el recipiente.

Ahora bien, si debemos encarar un desafío, superar obstáculos o adversidades, siempre será mejor opción ser optimista. Sin voluntad de solucionar el problema, el problema no tendrá solución. Es como el ejercicio inspirador que los docentes solemos utilizar en el aula: el recurso del frasco, las piedras, la arena y el agua. Alguna vez lo hice con un grupo de alumnos universitarios y las concusiones fueron realmente alentadoras. 

Llevé una caja con varios objetos: un frasco grande con boca ancha, una bolsa con piedras grandes y pequeñas, una botella con agua y una bolsa con arena. (Ver foto) Los puse todo sobre la mesa. Llené el frasco hasta el borde de la abertura, con piedras de distinto tamaño y les pregunté a los alumnos ¿sí el frasco estaba lleno? Sólo algunos dijeron que entraban más cosas. Les pedí que llenaran con la arena y el agua el frasco cubierto de piedras y así lo hicieron. Uno introdujo la arena, mientras zarandeaba el frasco para que entrara más y otro al final, vertió el agua. Las enseñanzas del ejercicio son muchas. Me quedo con las vallas que superamos y las cosas que logramos cuando nos despojamos de miradas pesimistas.

Claro está que hablamos de un optimismo realista y no ingenuo. Siempre recuerdo la motivadora frase de Paulo Coelho: "Cuando una persona desea realmente algo, el universo entero conspira para que pueda realizar su sueño" ("El Alquimista", 1988). Es cierto que se trata de una metáfora inspiradora pero mal interpretada puede ser considerada como una oda al optimismo ingenuo. No hay ninguna razón científica para afirmar que el universo conspira a fin de que logremos nuestras metas. Nuestros desafíos cotidianos, como los grandes objetivos encarados son el resultado del esfuerzo denodado, grandes cuotas de sacrificio, una férrea voluntad y un orden en las prioridades. Cómo cuando llenamos el frasco aquella tarde en la Universidad con los alumnos, primero con las piedras. Obviamente también se requiere de una actitud positiva que nos lanza siempre hacia adelante. Pero no alcanza sólo con desear fervientemente que algo ocurra. Eso es lo que llamamos optimismo ingenuo, un vicio por exceso del optimismo. Un optimista equilibrado en cambio, no deja a la suerte o a las fuerzas del cosmos, la motivación para avanzar en los objetivos. Tampoco niega problemas y obstáculos, tiñendo de rosa una realidad adversa. Su esfuerzo estará puesto en orientar sus fuerzas para encontrar soluciones y nuevas oportunidades. En definitiva, mantenerse optimista es la mejor manera de evitar que Ezeiza sea la salida.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora Instituto de Bioética de la UCCuyo