La muerte del expresidente Fernando de la Rúa no sorprendió a nadie. Venía con problemas de salud desde el año pasado y más o menos se esperaba el desenlace que se produjo y en los tiempos que ocurrió. Casi se puede decir que le fue fiel a su estilo hasta el final de sus días. Es que si hacemos un repaso sobre su vida política (sin la mínima intención de faltarle el respeto) probablemente uno de sus mayores defectos haya sido la falta de energía para marcar tiempos, para sorprender, para tomar la iniciativa, para producir cambios en los momentos precisos, herramientas casi imprescindibles cuando se pretende ejercer el mando político. Claro que para marcarle algún supuesto defecto, habría que esculcar el contexto político de aquélla época. Lo que sí se puede arriesgar sin temor a errores, es que la imagen que le dejó a los argentinos que gobernó, fue la de un hombre lleno de dudas en un momento en el que país necesitaba otro tipo de conducción. También el peronismo necesitaba otro rival. Eso es inapelable.
Mauricio Macri, por ejemplo, pudo haber sufrido los mismos problemas que De la Rúa, comparando dos de los tres presidentes no peronistas que hemos tenido desde 1983 a la fecha. Es más, el líder del PRO al principio sembró muchas dudas, pero luego aprendió que no puede dejarle a la oposición el instrumento de la agenda pública, de la opinión de los argentinos. El peronismo se siente cómodo ejerciendo ese rol; incluso más confortable que en el papel que le toca desempeñar hoy. Luego de varios traspiés, se puede decir que la actual coalición gobernante está aprendiendo a comandar, al menos desde la mirada política. Otra historia es la gestión, donde hacen agua por varios costados.
Hay circunstancias y contextos históricos y políticos distintos entre el radical y el líder del PRO, por supuesto. Aunque ambos llegaron de la mano de coaliciones que enfrentaron al peronismo, De la Rúa sufrió tempranamente las consecuencias de la debilidad del armado que lo depositó en el poder. La renuncia de su Vicepresidente se llevó la mitad de la supuesta solvencia que lo había depositado en el poder. Macri, en cambio, tuvo la virtud de elegir a alguien de su entorno resistiendo incluso la presión del radicalismo, su socio mayoritario. Las coaliciones eran distintas, con personas diferentes y en momentos disímiles, pero la comparación es válida. No hacerla sería como no permitirse comparar un Boca-River de hacen 20 o 30 año con uno actual, solo porque los equipos son distintos. Las instituciones son los mismas, pero claro, los actores cambiaron y los contextos también.
A propósito de la muerte del exmandatario nacional de esta semana, se colaron algunos malos recuerdos, entre ellos, las crónicas policiales del 19, 20 y 21 de diciembre de 2001 y la falta de lectura política del radical: ya con la gente en la calle y algunos muertos, De la Rúa invitó al peronismo a ser parte de la conducción del Poder Ejecutivo. Los gobernadores le contestaron armando una reunión en San Luis; es decir, le dijeron el penúltimo empujón que le faltaba. El último salió de las manos de sus correligionarios en la Cámara Alta, quienes desarmaron una mesa de acción política  luego de conocer la decisión que habían tomado los lugartenientes peronistas. Cronológicamente posterior, lo que ya todo mundo conoce de sobra. De la Rúa no vio la inercia del adversario.  
El peronismo de aquélla época, en la derrota y disperso en la conducción de un par de líderes, como ahora, pudo ponerse de acuerdo al menos para provocar el vacío y ofrecerse como salvación. Tras un tiempo, volvieron al poder. No les importó el costo. Muchos de aquéllos que echaron a un presidente se proponen hoy como candidatos. Uno de los problemas en este país es que no tenemos memoria, lamentablemente. 
Este peronismo de hoy no se parece en nada al que comandaban Eduardo Duhalde y Carlos Menem; hombres fuertes aun sin la poderosa firma que regala el sillón de Rivadavia.
Este peronismo que sufre Macri es sensiblemente inferior en capacidad, dominio y estrategia al de aquélla época y está mucho más preocupado por el fuego amigo que por el verdadero rival. Si no, hay que preguntarle a Alberto Fernández cómo le fue en el armado de las listas, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires. Las armó La Cámpora. El exjefe de Gabinete debe lidiar también con las arremetidas de esa agrupación, que se sirvió y se sirve del peronismo para intentar tomar, desde atrás, el control del país. El peronismo no es La Cámpora, ni al revés. Ahí hay un dominador y un dominado, y da casi pena ver a los viejos popes del partido del General arrodillarse a la fuerza de un pequeño grupo de adolescentes ricos que se fagocitan las verdaderas ilusiones de miles que, bien intencionados, buscan verdaderamente convertir este mundo en uno mejor y un poco más justo. Muchachos, con La Cámpora no van a ninguna parte. Entiendo las modas, pero están yendo atrás de la corrupción. ¿Cuántas pruebas más hay que ponerles en la mesa para que admitan que siguen atrás un grupo de corruptos ricos? ¿Cuántos bolsos más hay que secuestrar y cuántos videos de desconocidos contando plata hay que pasarles? Esto no es ponerse del lado de enfrente de nadie, para nada. O sólo hacer comentarios “machirulos” como me dijo hace algunas semanas una ilusionada y bien intencionada diputada nacional. Macri llegó al poder procesado. Y evidentemente algunos de sus ministros han hecho fortunas con este sistema financiero. Macri le perdonó miles de millones de dólares de AFIP a las empresas de su familia. Lamentablemente de uno y otro lado, como desde el periodismo en su generalidad también, hay que hacer descarnadas autocríticas. Pero todo lo que pudo haber hecho Macri y sus secuaces no me inhibe a mi o a cualquier otro de acusar también al kirchnerismo de corrupto. De decir que, si no se afanaron medio país, permitieron que lo hicieran, que en el sentido estricto de la administración púbica, es lo mismo. 
Es decir, hay una lucha interna en el peronismo que hace imposible la actuación en bloque. Hay peronistas dispersos en casi todas las listas, y eso es una realidad. La conducción del PJ nacional no pudo alcanzar su objetivo, que era la unidad. Pudieron haber dejado a Cristina sola, que hubiera sido la lógica. Ahora pueden acusar a cualquiera: Schiaretti, Urtubey, Lavagna, a quién se les dé la gana, pero la verdad es que ustedes (el peronismo) provocaron la dispersión cuando dejaron que “La jefa” y sus niños designaran al candidato a Presidente. Ese peronismo no es capaz de constituirse en una oposición seria a un oficialismo que, golpeado, está conduciendo mejor los contubernios políticos en medio de una elección. Macri abrió el juego y le sirvió. Cristina lo cerró y dispersó. No hay muchas más vueltas que darle.
El peronismo ni siquiera pudo lograr que los gobernadores se alinearan en una sola fecha para las elecciones, lo que deja casi sólo al candidato. Hoy los mandatarios provinciales tienen el timón territorial. No se van porque son orgánicos, porque el gobierno nacional tampoco ofrece garantías institucionales. Sin los gobernadores, el macrismo ya se hubiera caído hace rato, pero con él todo el país, no solamente los macristas o Macri. Todos los argentinos. Hoy son los gobernadores quienes tienen las verdaderas herramientas para poner de pie a la oposición, pero claro, cada uno está jugando su propia interna y, como no hay conducción firme en el país, nadie pudo obligarlos a disputar el mismo partido. Hoy juegan el que más les conviene a ellos y a las administraciones que comandan. Ninguno se va a jugar la gestión por La Cámpora. Porque La Cámpora es Cristina y algunos soberbios inexpertos, nada más. Con todo el uso que hicieron del Estado, no han podido crecer para convertirse en una opción electoral sustentable. 
La patria chica
Muy tranquilos. La campaña en la provincia parece haber arrancado fuera de toda escena nacional, a pesar de que hay candidatos para los distintos adherentes de la grieta. Parecería que el radical Eduardo Castro, luego de haber quedado afuera de cualquier expectativa electoral provincial, está tratando de hacerle un buen partido a Marcelo Orrego. Por los puntos, nada amistoso. Es que al comienzo se creyó que el actual diputado era candidato de aquéllos que estaban enojados con Orrego por haber negado tres veces a Cristo. Es decir, una lista para que la “sangre amarilla” de San Juan se desfleme. No es lo que parece. Castro estuvo en la mega reunión de candidatos con Macri y luego lazó sutiles críticas al intendente de Santa Lucía, quien fue invitado al mismo mitín pero prefirió la ausencia. Castro puede ser peligroso para Orrego. Jamás le ganaría unas PASO, pero podría inducir la huida de los referentes macristas y provocar que esos votos terminen luego en cualquier otro espacio. La estrategia de Orrego es compleja, pero guarda cierta lógica con lo que viene haciendo desde el año pasado. Y Castro cabildea. En los tiempos en los que las críticas al macrismo eran mucho más despiadadas que ahora, no se lo vio armando manifestaciones públicas en favor de Macri; ni tampoco se lo hallaba con frecuencia para las entrevistas mediáticas. Hoy, con la economía destruida pero sin sobresaltos mediáticos y cuando lo convenios colectivos de trabajo empiezan a entrar en la cancha, es bastante más fácil ponerse la camiseta de titular, también hay que admitirlo.