Como una forma de graficar la pérdida del poder de compra de los argentinos en los últimos 15 años, una consultora ha restado un cero al billete de 100, o sea un 10% de capacidad adquisitiva por el impacto inflacionario. Pero más allá de lo anecdótico, esto revela un serio problema operativo en las transacciones cotidianas con billetes que por su depreciación dificulta las operaciones y genera costos innecesarios a los ciudadanos, a las empresas y a las entidades crediticias.

Los inconvenientes que van en aumento ya fueron planteados por la opinión pública a fin de que las autoridades monetarias

implementen una emisión de billetes de mayor denominación, como podría ser uno de 500 pesos, por ejemplo. De esa manera habría un alivio a la actual situación que implica cargar con una gran cantidad de billetes para realizar pagos regulares como servicios e impuestos, o bien compras familiares.

Es así que el público debe ir más veces a los cajeros al requerir cada vez más billetes para hacer las mismas transacciones, por lo que se transfiere el problema a los bancos, que a la vez necesitan más cajeros para cubrir la creciente necesidad de efectivo de la población. Este uso intensivo del sistema demanda mayor mantenimiento y logística por la exigencia de transportar, almacenar y resguardar la seguridad del dinero, ocasionando a los bancos mayores gastos, que en definitiva son transferidos a los clientes.

Además, se dificulta el cambio, ya que los bancos prefieren cargar las celdas donde van las unidades -cuatro u ocho por cajero-, sólo con billetes de 100 pesos. De lo contrario, los aparatos deben ser recargados varias veces al día, tal como se observa en San Juan con largas colas de espera.