Pilato llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mi?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?" Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio hubieran combatido para que yo fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,33-37).
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Cristo Rey. Fue instituida en 1925 por el Papa Pío XI, con una finalidad de pedagogía espiritual muy clara, tal cual lo señaló explícitamente en la encíclica "Quas primas". Ante los avances del ateísmo y de la secularización de la sociedad, quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y sobre las instituciones. En 1970 se quiso destacar más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo. La fiesta se convirtió así, en la de Cristo "Rey del Universo" y se fijó para el último domingo del tiempo litúrgico, que es hoy, ya que el domingo próximo comienza el período del Adviento, preparación para la Navidad.
En la escena evangélica descrita al inicio, Jesús revela la realeza de Dios frente a quien representa al emperador romano. Se trata de una realeza que no se funda sobre la violencia y la opresión, sino sobre el amor y el servicio. Pilato y Jesús se encuentran el uno frente al otro. Pilato es el hombre del poder y del miedo. Jesús, en cambio, es el hombre de la autoridad y de la libertad. El diálogo entre Pilato y Jesús es impresionante. Es el momento del encuentro entre el representante del poder romano, investido de su poder, que no quiere que la presencia de ese reo incómodo pueda provocar alteraciones del orden público, y el del gran predicador ambulante que había conmovido con su mensaje al pueblo judío. Es el momento del encuentro entre un hombre que sirve a los intereses de este mundo, los de entonces y los de hoy, con otro hombre que ha defendido los valores del hombre porque ha privilegiado las prerrogativas de Dios. Es el momento del encuentro de un hombre, vestido con todos los atributos de su poder, con otro hombre que va a sufrir todos los escarnios de los soldados y llevar como atributos una ridícula corona de espinas y un raído manto de púrpura. Es el encuentro de un hombre, que tiene todo el poder sobre la vida y la muerte, con otro hombre al que se le ha desposeído de todo poder.
En este escenario comienza un diálogo plagado de los interrogantes que plantea el procurador romano Pilato. La primera pregunta que le formula, es: "¿Eres tú el rey de los judíos? La cuestión se inicia con un "tú" enfático: tú que eres un condenado y juzgado, ¿dices ser rey? El mesianismo de Jesús es frecuente en el evangelio. La multitud, luego de la multiplicación de los panes, quería hacerlo rey (Jn 6,14). Después de haber dado el don de la vida a Lázaro, lo habían aclamado como rey de Israel (Jn 12,13). No habían entendido que da el pan haciéndose pan, y que da vida donando su propia vida. El título de la condena, escrito en la cruz, será: "Jesús, el Nazareno, Rey de los judíos" (Jn 19,19). La inscripción estaba escrita en hebreo, latín y griego (Jn 19,20). La cruz pasa a ser la nueva Sagrada Escritura. Es escrita en hebreo, lengua de la promesa, para que los religiosos no presuman la salvación. En latín, lengua de los dominadores, para que los poderosos se convenzan de su impotencia. En griego, lengua de los sabios, para que conozcan la propia necedad. Mirando a la Cruz, toda lengua proclama que Jesús es el Señor, "el Nombre" que está por encima de todo nombre (Fil 2,9.11).
El Rey Jesús nos libera de la opresión, no con la potencia de quien más domina, sino con la fuerza de quien más ama. La Verdad de Jesús tenía un precio duro e incómodo: la soledad. Podía haber organizado una cumbre y recortar los presupuestos de su economía de salvación, negociando con todos o con algunos de los que lo abandonaron. Pero su reino se basa en la Verdad. Aprendamos de Él para entender que, aunque tengamos que sufrir por no negociar los caprichos de los hombres, la verdadera libertad está en nuestra conciencia. Decía santa Teresa de Jesús: "la verdad padece pero no perece". Abracemos la verdad aunque ello nos pudiera ocasionar una pequeña o grande soledad por los dominadores que usan y abusan de sus mentiras para seguir a toda costa en su trono de codicia, lujuria y poder. Sólo el reinado de Jesús nos permite destronar toda esclavitud y toda prepotencia de un poder que humilla y envilece.
