La anemia es la carencia de los glóbulos rojos necesarios para oxigenar la sangre y el cuerpo. Una escasez importante causa una suerte de cansancio profundo que impide que algo salga bien. En términos vulgares, no llega agua al tanque. La enfermedad puede ser transitoria o crónica, genética o adquirida. Sus causas y origen pueden servir de perfecta metáfora para la situación política del gobierno de Alberto. En la actualidad el Presidente está midiendo un 30 por ciento de imagen positiva y un 52 negativa, es decir, un diferencial negativo de 22 puntos, números de un funcionario en la última etapa de su gestión camino a perder unas elecciones. Esta ausencia de salud política suele atacar al final de un mandato, en el último año, en los últimos meses y cuando se carece de sucesión. Se afirma que cuando esto pasa ya no se puede sugerir ninguna idea, sólo cabe tomar unas muletas, caminar a la rastra y cortar como sea la cinta de llegada. Generalmente los gobiernos desarrollan un plan breve para estos aciagos días en que todo se orienta hacia abajo. Pero Alberto no está en sus últimos días, sino en los primeros, le quedan por delante tres años, acaba de cumplir uno esta semana. Es cierto, le agarró la pandemia que es un mal que acosa a todos los dirigentes del mundo y que termina de llevarse puesto a Donald Trump en USA, pero eso queda en el terreno de las explicaciones que interesan poco a la gente, todo suena a excusa. En política cuando hay que explicar ya estamos en el horno, el electorado tiene a la vista sus penurias, poco importan las razones. La falta de glóbulos políticos del Presidente es de origen, como la llamada "anemia del mediterráneo" que padecen descendientes de europeos cuyos padres o abuelos nacieron en torno a ese mar. Su figura sólo aportó menos de un 10% de votos a la base de algo más del 30 que tenía Cristina, el resto lo puso Sergio Massa en Provincia de Buenos Aires y algo también hicieron Lavagna y Espert quitando votos a Macri. Cristina, Alberto y Massa, la unión fue una buena jugada electoral de ese tridente que pudo mostrar distintas caras en las PASO del año pasado. No tan buena para la gobernabilidad. Esa "anemia" de origen pudo haberse corregido, lo más fácil hubiera sido una transfusión inmediata desde el cristinismo, pero no ocurrió. También pasa que quien gana una elección inmediatamente recibe la sangre de los independientes que no habían tomado posición previa y que, democráticamente, reconocen que la contienda terminó y que hay que respetar el resultado. Eso sí pasó, a lo cual se agregó más gente al comienzo de la pandemia, cuando Fernández prometió cuidarnos definiendo una realidad binaria en que - así pensó él- competirían la salud con la economía. Eligió la primera castigando a la segunda. Tal vez fue ese primer éxito el que causó la dolencia actual. Un 68 por ciento de popularidad alcanzada se quiso mantener creyendo que había que seguir como se había empezado, prolongando la cuarentena, el aislamiento social, hasta el infinito. Como era de prever, la economía descendió por un violento plano inclinado perjudicando en días a los más humildes, aquellos que salen por la mañana a buscar la comida de la tarde, desde empleadas domésticas hasta cartoneros pasando por todos los oficios que pueden posponerse, pintores, plomeros, albañiles, jardineros, planchadoras, cocineros, artistas, peluqueros etc. La bola de nieve se fue haciendo cada vez más grande hasta formar una avalancha que se llevó todas aquellas simpatías efímeras, aquellas que no se habían consolidado. Fue como un choque que causó la sangría que condujo a la anemia actual. El problema es que, si antes no hubo, ahora hay menos arterias voluntarias para transfundir sangre, hay menos dadores de flujo político y ya el cuerpo está sintiendo los rigores del cansancio con un 44 por ciento de pobres y 60 por ciento de niños indigentes. Sin reservas, sin crédito y con el límite de emisión monetaria superado, sólo queda esperar el milagro de una buena cosecha de granos y lo que parece ser una inevitable megadevaluación con secuelas negativas. La lista de problemas es grande: en economía inflación, la recesión más profunda y larga en lo que va del siglo, desempleo extremo, 12 por ciento de tasa de inversión -con esa cifra no hay recuperación ni crecimiento posibles-, falta de confianza. La salud y la pandemia no dan tregua aunque aparece la esperanza de la vacuna; la educación no arranca hasta 2021 y ya se perdió todo este año; la seguridad comenzó a mostrar su peor rostro con adolescentes en delitos graves, el censo económico presentará la peor imagen de la realidad y no debe esperarse algo distinto del censo general de población que debió realizarse en 2020. Por último, los ataques internos propios del peronismo, una fuerza que no se percibe a sí misma como la coalición que es sino con el personalismo vertical que deviene de su historia. Una contradicción imposible de sortear cuando por un lado se pide fortaleza presidencial y por otro la negociación permanente entre aliados diversos. Si volvemos a la metáfora de la anemia, fue de origen, es crónica y no aparece la cura, si cambiamos al lenguaje de la timba, Alberto termina el primer año jugado y sin fichas, si vamos al ajedrez, un Rey en medio juego sin defensa, amenazado por torres, alfiles y, sobre todo, la dama.