El grave incidente en la escuela EPET Nº 6, cuando la madre de una alumna atacó a golpes a la directora por haber reprendido a su hija, es otra demostración de violencia que debe ser siempre condenable y castigada. Hay muchas caras de la violencia. Una es la feroz y literal agresión sobre los cuerpos, como la que se muestra en los casos recientes de violencia de familias y alumnos contra directores y docentes.

En la escuela se enseña al niño a tomar el lápiz y a escribir; en el hogar, no pocas veces, se lo invita a cerrar el puño para golpear. La sistemática violencia actual en la escuela es la inversión de los valores y prácticas que definían antes el mundo escolar. En este territorio desolado y desolador, con frecuencia la palabra es reemplazada por el grito, la asimetría se pierde, la autoridad del docente para enseñar se esfuma, las razones son sustituidas por las presiones, y la agresión se legitima por sobre la argumentación.

La sociedad que no sanciona, que tolera y que consiente embrutecida cualquier forma de violencia, se vuelve siempre peligrosa. Hay que contar también con que el deterioro actual que se observa en muchas familias es responsable del problema en gran medida. El restablecimiento del principio de autoridad en el aula, es también tarea de toda la sociedad. El viejo y tácito acuerdo de padres y educadores en procura de formar a niños y jóvenes parece cada día más lábil.

El respeto a la autoridad se ha desdibujado casi por completo y quienes tienen la obligación de restablecerlo están paralizados por el miedo a ser tildados de autoritarios y, consecuentemente, ser sancionados por sus superiores o mal mirados por la sociedad. La reiteración de hechos de violencia escolar mantienen viva la preocupación de la comunidad educativa y, por ello, maestros y profesores reclaman acciones efectivas para poner límites a los agresores, ya que se sienten impotentes la mayoría de las veces para encontrar por sí mismos la solución. No se debe tolerar ni pasividad ni indiferencia frente a estos graves hechos.

Los docentes deben ser apoyados por las familias y por las autoridades para que enseñen en un clima de serenidad y ser respetados en su misión de educadores en ciencia, conciencia y valores. A padres les concierne más que nunca promover conductas de diálogo y respeto, como modos civilizados de debatir ideas y superar conflictos.