A diferencia de una sana perspectiva de género anclada en las diferencias naturales de lo masculino y femenino, los postulados básicos de la ideología de género propone una nueva antropología que elimine las diferencias de varón y mujer, pues las diferencias discriminan y toda discriminación es injusta. Domina aquí la concepción de la historia como una lucha permanente entre el hombre y la mujer, en la que la mujer ha estado siempre sometida, debido, principalmente al peso de la maternidad. Por tanto, hay que proceder a la "deconstrucción'' de la sociedad para dar cabida a esta nueva concepción de la persona y permitir que cada uno se construya a sí mismo libremente y sin ningún condicionamiento. En este sentido hablamos de ideología, es decir, como un pensamiento que tiene la pretensión de atrapar toda la realidad dentro de un esquema teórico preciso, eliminando los datos que la naturaleza brinda.


Es verdad que la mujer ha vivido, prácticamente siempre y en casi todas las civilizaciones, sometida al hombre y en una posición política, social y jurídica inferior. Pero hoy muchos logros en torno a la igualdad de oportunidades se ha logrado y conviene superar el victimismo, que es la piedra angular sobre la que las feministas de género construyen su ideología.


El verdadero problema que plantea la ideología de género es antropológico, afecta a la propia concepción de la persona. Su obsesión por negar la diferencia, provoca una terrible crisis de identidad. Camina hacia la utopía de lo neutro. Por ende, hay que recuperar la conciencia de que hombres y mujeres somos diferentes: iguales absolutamente en dignidad pero diferentes por nuestra condición masculina o femenina, y el criterio que debe regir nuestras relaciones es el de la complementariedad. Esto es fundamental para saber quiénes somos. Somos, pero articulados como varón y mujer.


Desde una antropología unitaria no se pueden aceptar los postulados de la ideología de género. El ser humano es cuerpo y alma sustancialmente unidos, y en la corporalidad se encuentra ineludiblemente la sexualidad. Luego el ser humano es impensable fuera de su condición sexuada. No podemos pensarnos ni imaginarnos fuera de dicha gozosa condición.


Y la diferenciación sexual no se reduce al ámbito corpóreo sino que matiza y modula hasta los rincones más íntimos de la persona del hombre y de la mujer. Es una característica primaria que acompaña a la persona durante toda su existencia y que trasciende lo puramente biológico y cualquier determinismo instintivo afectando al núcleo mismo de la persona. Por eso no decimos que una persona "tiene'' un sexo masculino o femenino, sino que decimos que "es'' hombre o mujer.


Afirmar que hombre y mujer son diferentes no equivale a discriminación. La sexualidad humana habla a la vez de igualdad y de diferencia. Y esta igualdad y diferencia simultánea hace que hombre y mujer sean complementarios. La condición sexuada del ser humano no se debe concebir como una segmentación que divide a la humanidad en dos mitades. Al contrario, la condición sexuada lejos de separar a hombres y mujeres lo que hace es relacionar y orientar los unos a los otros.


El hombre y la mujer están ordenados el uno al otro como a su plenitud. El carácter sexuado de la persona es un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros y de enriquecerse mutuamente. No es únicamente genitalidad, es comunicación, ayuda y asistencia mutua, es, en definitiva, realización de la persona.

Por el Pbro. Dr. José Juan García
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo


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