El puesto de trabajo tal como lo conocemos ahora tiende a desaparecer con otras modalidades como el teletrabajo a distancia.

El 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers quebraba, y junto a su hundimiento embestía a todo el planeta, estallando la crisis financiera mundial cuyo precedente directo se remonta tan luego al colapso de 1929-1930 en la bolsa de valores de Wall Street.


No pasó demasiado tiempo (2009) para que las mediciones del Producto Bruto Interno (PBI) de los Estados Unidos, donde se originó la crisis, se recuperaran -e incluso aumentaran- con respecto a los valores máximos de 2007, en tiempos precrisis.


Sin embargo, los empleos que se habían perdido, no se restituían. ¿Qué estaba ocurriendo? La robotización, que avanzaba de manera implacable, sin pausa pero sin prisa desde la primera revolución industrial en adelante, se aceleró durante este cisma. Empresas que iniciaron procedimientos de crisis aprovechando el colapso financiero global, con despidos masivos incluidos, tomaron la oportunidad para robotizar dichas posiciones y al recuperarse la actividad, los empleados despedidos resultaban redundantes. Los robots producían por ellos.


¿Cuántos meses de trabajo remoto se requerirán hasta que el mundo venza al Covid-19? Al volver a la normalidad, ¿será rentable volver a restituir esos puestos de trabajo de manera presencial?


Imaginemos un escenario posible. Si un trabajador durante, digamos, 3 meses, pudo producir igual o mejor en casa que en la oficina, ¿valdrá la pena reconfigurar ese puesto de trabajo presencial, con el costo edilicio subyacente? Estamos hablando de infraestructura, habilitaciones, computadoras, estacionamiento, guarderías infantiles, buffets, baños, personal de maestranza, expendedoras de café, medidas de seguridad, entre muchos otros gastos que se ahorran con el teletrabajo, y que en esta ocasión de pandemia, las empresas de servicios ahorrarán forzosamente y de oficio.
Y sólo estamos incluyendo en el análisis el impacto microeconómico de remotizar el trabajo. En un mundo en el que estamos girando en descubierto en materia de sustentabilidad, considerar el impacto ambiental que genera el transporte desde y hacia la oficina de cientos de miles de empleados y el gasto extra dentro de la empresa no estaría de más.


Este tipo de bisagras no necesariamente cambian el orden económico mundial, pero sin lugar a dudas, aceleran procesos preexistentes, que avanzan invisible pero inexorablemente.



Por Juan Marcos Tripolone


Conductor de El Aprendiz de Sabio por Radio Antena 1 y Profesor de Política de Negocios de la Universidad de Congreso.