La voz de la Iglesia se sumó a la de otros sectores que solicitan, en medio de un clima social alejado de las sanas aspiraciones del pueblo, vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación.

Como señala la Conferencia Episcopal Argentina, en la declaración "Somos hermanos, queremos ser Nación", la violencia verbal y física en el trato político y entre los diversos actores sociales, la falta de respeto a las personas e instituciones, el crecimiento de la conflictividad social, la descalificación de quienes piensan distinto, limitando así la libertad de expresión, son actitudes que debilitan fuertemente la paz y el tejido social.

Pero también es preocupante la crueldad y el desprecio por la vida en la violencia delictiva, frecuentemente vinculada al consumo de drogas, que no sólo destrozan a muchas familias sino también pone a los jóvenes en riesgo de perder el sentido de la existencia. Es hora de comprender, como lo expresa la Iglesia, que aunque muchas veces no se encuentran fácilmente los medios para atender y canalizar las necesidades legítimas de los distintos sectores, siempre se debe tener en cuenta que la democracia no se fortalece en la conflictividad de las calles y rutas, sino en la vigencia de las instituciones republicanas. La crisis del país, en la visión de los obispos, es de naturaleza moral y religiosa, porque se han debilitado valores fundamentales de la convivencia familiar y social, e incluso no se ha tenido suficientemente en cuenta a Dios como fundamento de verdadera fraternidad y de toda razón y justicia.

Hay que formularse una pregunta básica y responder con sinceridad: ¿Por qué no se ha sabido concretar los deseos del pueblo? En el fondo, porque la vida en democracia requiere ser animada por valores permanentes, y fundamentarse en tres principios que no siempre son respetados como la Constitución Nacional y las leyes; la autonomía de los Poderes del Estado, principio fundamental de la República, unido a la vigencia de las instituciones; y la armonización del bien personal y sectorial para buscar el bien común.

Se afirma que nuestra sociedad está adormecida. La causa hay que buscarla en la cultura relativista imperante, que al tiempo que corroe el sentido de la verdad, acentúa el individualismo que lleva al encierro y la indolencia frente al sufrimiento de los otros. Y a un progresivo acostumbramiento y resignación frente a lo que sucede.