Ante tantas evidencias, se suponía que las tabacaleras podrían estar promoviendo indirectamente el consumo que lleva a la adicción, utilizando para ello a la industria cinematográfica, un recurso publicitario subliminal frente a las prohibiciones propagandística de sus productos y las leyes a las que deben ajustarse los fumadores prácticamente en todo el mundo.
El seguimiento de la maniobra propagandística a través de los filmes, lo ha hecho la Organización Mundial de la Salud (OMS). El organismo sanitario de las Naciones Unidas cree que las escenas de fumadores influencian en la decisión de la población para iniciarse en en hábito nocivo y sostiene que si éstas tramas disminuyeran también lo haría la cantidad de personas que comienza a fumar, así como las enfermedades y la mortalidad relacionadas con el cigarrillo.
Pero la gravedad de la maniobra se centra en nuestro país, porque de cada 10 películas argentinas, 9 contienen escenas con personas fumando o productos del tabaco, siendo el país con más segundos de este tipo de imágenes, según pudo comprobar la OMS. El tiempo promedio en el que aparecen personas fumando o los productos del tabaco que muestran las películas argentinas es de 3,36 minutos en el 88% de los filmes aptos para todo público, en comparación con el 75% de las películas mexicanas y el 54% de las estadounidenses, de acuerdo al estudio ‘Películas sin tabaco: de la evidencia a la acción”.
También revela que el tabaco aparece en el 44% de todas las películas de Hollywood en 2014 y en el 36% de las clasificadas aptas para adolescentes. Las investigaciones en EEUU también indican que el 37% de los adolescentes comienzan a fumar por lo que vieron en la pantalla, esto es una estimación de 6 millones de jóvenes adictos en 2014, de los cuales 2 millones morirán en el futuro por causas relacionadas con el consumo de tabaco.
La cuestión es establecer un límite entre la libertad de expresión y creatividad de los cineastas o la publicidad encubierta de algún ‘mecenazgo”, sin entrar en censura ni restricciones argumentales, pero sí clasificar la obra para un determinado público. En algunos países se exige a la TV ‘pixelar” al cigarrillo como se hace con las caras de niños, o las escenas de sexo. El dilema es creatividad artística y libertad de expresión, o salud pública.