La cinta rosa contra el cáncer de mama, la roja contra el sida y el arco iris como bandera de homosexuales y lesbianas, son evidencias de que el mensaje poderoso es el que, ajeno a su creador, cobra vida propia y se convierte en símbolo. Pero contra la corrupción no lo hay. Transparencia Internacional logra motivar un símbolo pese a sus denuncias. Tampoco las manifestaciones de jóvenes brasileños que desde hace un lustro protestan contra la corrupción; o los argentinos que gritan a su vicepresidente inmune e impune; o los mexicanos que incendian oficinas públicas por la matanza en Iguala y por la casa millonaria que la esposa del presidente Peña Nieto no puede justificar.

En Paraguay acaba de gestarse un mensaje que, por crear una nueva imagen, podría convertirse en el símbolo que no prendió pese a las protestas públicas, denuncias periodísticas e investigaciones judiciales. El sastre Roberto Espínola diseñó un traje para hombres sin bolsillos como emblema para avergonzar a los políticos ladrones. Lo llamó "Traje Ibáñez” en "honor” al diputado oficialista del Partido Colorado, José María Ibáñez, procesado por usar el dinero de los contribuyentes para pagar el salario a sus empleados domésticos.

Paraguay viene teniendo buenos gestos contra la corrupción. Este año se promulgó la Ley de Acceso a la Información Pública y Transparencia, ante la insistencia de los periodistas para obtener información sobre la cultura corrupta del gobierno, en la que sus miembros, al estilo Ibáñez, pagan a sus caseros y niñeras con fondos públicos. Muchos escándalos sacudieron desde la dictadura de Alfredo Stroessner; en 1999 el vicepresidente Luis María Argaña fue asesinado y el ex obispo Fernando Lugo no terminó su Presidencia, más allá de su fama por tener hijos fuera del sacerdocio.

El actual presidente Horacio Cartes fue procesado por una estafa al Banco Central y lo investigan porque alguna de sus empresas está vinculada al contrabando de cigarrillos a Brasil, una aceitada maquinaria que mueve más de 2000 millones de dólares al año. Probablemente Cartes formará fila detrás de otros presidentes y vices latinoamericanos procesados. La lista va por la veintena y a la luz de quienes ocupan hoy esos puestos, como Amado Bodou, seguirá ampliándose. En ella no se distinguen ideologías, habitan desde Carlos Menem a Alberto Fujimori, de Augusto Pinochet a Rafael Videla o de Collor de Melo a Alfonso Portillo.

No es casualidad que Latinoamérica sea la región donde más constituciones se reformaron en búsqueda de la reelección indefinida. No solo sirve para eternizarse en el poder, sino porque es escudo e inmunidad ante acusaciones e investigaciones por corrupción. Tampoco es casualidad que Transparencia Internacional sitúe los menores niveles de corrupción en los países desarrollados. Es que el progreso no solo se logra por buenos y sostenidos niveles de desarrollo educativo, industrial y tecnológico. Está atado, principalmente, a la estabilidad política, a la fortaleza e independencia de las instituciones y a los controles y anticuerpos para combatir la corrupción.

En todos lados existe corrupción. La diferencia radica en cambiar el paradigma y la percepción. Vivir al lado de un político corrupto debería generar tanto rechazo y vergüenza como ser vecino de un ladrón de gallinas.