Las recientes elecciones parlamentarias dejaron, más allá de los resultados, la voluntad incuestionable de la ciudadanía de revalorizar el Estado de derecho fortaleciendo la institucionalidad republicana.
La democracia, como sistema vital para sustentar el equilibrio de los poderes y encauzar las acciones de la dirigencia política, ha triunfado el domingo pasado por encima de los cuestionamientos por no haberla perfeccionado y modernizado, como dan ejemplo las naciones democráticas más avanzadas del mundo.
Pocos antecedentes tiene, en la vida cívica de los argentinos, un pronunciamiento donde electorado no se dejó llevar por impulsos irreflexivos sino depositó votos de premio y castigo, según diferentes situaciones planteadas en el país. Unos los recibieron por las acciones en obras palpables, o por la confianza en la sinceridad de un nuevo mensaje; otros sufrieron las frustraciones de promesas incumplidas y por la obsesiva acumulación de poder ignorando el basamento constitucional.
San Juan tuvo comicios impecables, ajustados a las previsiones de un liderazgo volcado a un programa de gobierno que mantendrá su continuidad con un aval mayoritario. Es diferente el escenario nacional, tras la derrota de Néstor Kirchner, arrastrando a un modelo -heredado por su esposa- de seis años de riguroso disciplinamiento partidario y manejo discrecional de los recursos fiscales, que también están orillando el déficit.
El Gobierno nacional, debilitado, corre riesgo de gobernabilidad si la presidenta Cristina Fernández no da un giro de 180 grados respetando el veredicto popular, consecuencia del plebiscito a la gestión que innecesariamente le dio el kirchnerismo a estos comicios.
En esta encrucijada del oficialismo, el sinceramiento del ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que junto a su jefe echó las bases del kirchnerismo, fue contundente. Reclamó que se "debe escuchar lo que acaban de decir las urnas porque éstas no son los medios, ni los periodistas, ni los encuestadores. Esto es la gente". Un razonamiento honesto de alguien que conoce las reacciones intempestivas que pueden generar quien nunca sufrió una derrota política y fue la suma del poder.
La oposición ha capitalizado la decepción del electorado con el oficialismo y espera cambios profundos de un Congreso que sólo debe escuchar la voz de los mandantes.