Desde 2003, una de las constantes de la economía de nuestro país es que, mientras ésta crece a tasas altas, el empleo en el sector privado no la acompaña del mismo modo. Según datos de consultoras privadas, en 2010 el Estado fue el principal impulsor de la creación de puestos de trabajo, en detrimento del sector privado.

Además de generar una menor productividad, el tema tiene impacto directo en un mayor gasto público y en el deterioro de las cuentas fiscales. Las conclusiones indican que el panorama para el presente año no será alentador. Con una creciente puja distributiva entre salarios e inflación y una realidad cambiaria que erosiona la competitividad, será difícil que se logre avanzar para generar condiciones de crecimiento sostenibles en el tiempo.

El aumento del número de ocupados no quiere decir necesariamente que haya más empleo formal y bien remunerado. Desocupado es todo aquel que busca una ocupación o empleo y no tiene éxito. Si deja de buscar, ya no es desocupado y desaparece de la tasa respectiva. Quizás, muchas mujeres han dejado de buscar ocuparse porque cobran la asignación universal por hijo. Eso puede ser positivo, pero el efecto favorable no lo ha generado el mercado de trabajo.

No se debiera olvidar que la Argentina dejó hace más de dos décadas de ser un país donde la categoría de ser empleado con beneficios sociales, convenio, cobertura previsional, era prevaleciente en el mercado de trabajo. Actualmente, dentro del grupo de empleados, ocupados y desocupados, hay una gran confusión terminológica. Existe un conjunto de empleados agrupados en sindicatos fuertes que logran aumentos salariales que igualan o superan la inflación. Están los tercerizados, que luchan para que se les pague igual que a otros que hacen el mismo trabajo, en mejores condiciones.

Existen también los trabajadores de las cooperativas sostenidas por el Estado, que tienen una especie de ocupación subsidiada. En ese mismo mercado, están los trabajadores en negro y la gran cantidad de pobres, en su mayoría jóvenes, absolutamente incapacitados para el trabajo: analfabetos funcionales, víctimas de estupefacientes y miembros de una tercera generación de desempleados. Por eso es que, la visión oficial de que el igualador social y distribuidor del ingreso es el trabajo, resulta retrógrada.

La realidad actual requiere otras soluciones, ya que, aunque aumentara el empleo, de nada serviría a quienes no son empleables.