El evangelio que hoy leemos es el de san Marcos 16, 1-7: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: – “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”.

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: – “No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Miren el sitio donde lo pusieron. Ahora vayan a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, como se les dijo”.

El relato del sepulcro vacío expresa la realidad de la Resurrección, pero no es la fuente primera de la fe en el acontecimiento. Es una condición que acompaña a la certeza de la vuelta a la vida de Jesús. Contribuye a entrar en el realismo de la Resurrección. Es necesario otro recurso para que el sepulcro vacío adquiera todo su sentido: la experiencia personal y comunitaria del Cristo vivo y la revelación de lo alto que les permite identificar al Resucitado con el Crucificado.

La Resurrección de Cristo no se limita a una reanimación de un cadáver -aunque la incluye-, como por ejemplo la resurrección del hijo de la viuda de Naím, o de Lázaro, o la hija de Jairo. La Resurrección de Jesús es mucho más. Es la vuelta a la vida para siempre, en un estado totalmente nuevo, trascendente. Lo que llamamos resurrección escatológica. Incluye la vuelta a la vida del ser total de Jesús en cuanto hombre según la antropología hebrea que contempla al hombre de una manera monista, es decir, no cuenta con las categorías griegas del hombre compuesto de alma y cuerpo. Es un todo personal único.

Y el acontecimiento de la resurrección ocurre al tercer día. Con esta expresión se quiere indicar, más allá de la cronología, que se trata de una resurrección del final de los tiempos, trascendente y para toda la humanidad.

La resurrección es la nueva creación que enlaza con el proyecto original de Dios. Se trata de algo de singular importancia para la humanidad. No era fácil entrar en el misterio, en la maravilla de las maravillas del poder de Dios. Hoy como ayer, este mensaje sigue teniendo toda su validez. Es la respuesta definitiva al máximo enigma que pesa sobre la humanidad: ¿qué sentido tiene la muerte? ¿Qué le espera al hombre después de la muerte? Jesús había contestado en su enseñanza a la pregunta que le plantearon la última semana de su ministerio; había avanzado unas primicias en las resurrecciones que había realizado. Pero ahora da la respuesta definitiva: después de la muerte espera a la humanidad una vida sin fin, feliz, para siempre y para todos. ¡Pascua es Vida! Quienes aceptan la “oferta” de gracia y amor que viene de Dios, poseerán lo que el corazón humano ha deseado siempre: amar y ser amados. Nadie puede amarnos como lo hace Dios, con la totalidad de su ser, sin condiciones. Porque es amor de Padre, amor que crea y “recrea”. Tantas veces nos comportamos como “hijos pródigos”. Volvamos a Él. Nos espera con brazos abiertos. Francisco suele repetir. “Dios no se cansa de perdonar”. ¿Te dejas alcanzar por su amor?

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García