A título propio me permito reflexionar una vez más sobre uno de los temas que ocupan mi entera atención, la Shoá. Ante todo y delante todos se torna necesario precisar que "’mi compromiso por sobre todas las cosas es con la vida y no con ninguna institución social”. Planteadas así las cosas comenzamos nuestra exposición con el origen etimológico del término Shoá que en hebreo bíblico significa "’catástrofe” o "’devastación”, es la irracional y sistemática masacre de un pueblo. El genocidio y pretendida aniquilación de los judíos que todavía hoy levanta clamores de protesta y gritos de repulsa en una humanidad horrorizada ante la matanza de 6 millones de víctimas inocentes.
La palabra "’Holocausto” proviene del griego holo que significa total y kaio que es quemar, es un término que originalmente hacía referencia a un rito religioso en el que se incineraba una ofrenda, pero que en la actualidad remite a cualquier desastre humano de gran magnitud, y especialmente, cuando se emplea como nombre propio, se refiere a la política de exterminio de los judíos residentes en Europa llevada a cabo por la Alemania gobernada por el nacionalsocialismo entre 1933 y 1945. Cuando el régimen nazi alcanzó el poder en Alemania en enero de 1933, adoptó de inmediato medidas sistemáticas contra los judíos, considerados ajenos a la raza aria. Uno de los primeros decretos promulgados fue una definición del término "’judío”. En Mi lucha, Hitler compara continuamente a los judíos con parásitos de los que hay que desembarazarse. Afirma que hay una sangre alemana y una sangre judía (lo que científicamente es absurdo) y que es necesario purificar a Alemania del judaísmo.
El tema que nos convoca, tiene que ver con la memoria y se encuentra asociada al profundo dolor y al espanto que nos produce el recuerdo de esta tragedia, que muestra hasta dónde puede llegar el ser humano en su capacidad de provocar el mal. Sin embargo, fortalecer la memoria no tiene que ver solamente con el pasado. También implica un compromiso con el futuro. No se trata sólo de evitar el horror, muy importante de por sí, sino de promover entusiasmo y adhesión por los valores de respeto del diferente, del diálogo como forma de resolver el conflicto, del fortalecimiento de lo propio como camino para conocer lo ajeno. Enseñar el Holocausto es un componente fundamental de una educación que permita a las nuevas generaciones aprender a querer vivir juntos. Educar en los valores éticos de la justicia y de la democracia significa ser capaz de evaluar contenidos y representaciones y de decir no. Debemos ser capaces de decir no a la discriminación, no a la injusticia social, no a la xenofobia, no a la violencia para resolver los conflictos. También se vuelve necesario insistir en que no habrá paz mundial sin paz religiosa. No hay espacios ya para ninguna "’guerra santa”, más bien hemos de favorecer el diálogo constructivo entre las religiones, bajo el común esfuerzo de luchar por la justicia y la paz.
Es este uno de los motivos por los cuales la Shoá, no es ni debe ser un tema que ocupe a un grupo étnico o religioso, sino a la humanidad toda. El intento del nazismo por aniquilar al diferente fue un ataque perpetrado contra la dignidad del hombre en cuanto tal, y por lo tanto debe concernir a todas las personas sin distinción. El Holocausto será siempre una advertencia para todo el mundo de los peligros del odio, el fanatismo, el racismo y los prejuicios.
Finalmente, ¿por qué recordar el Holocausto? Por qué el intento irracional de aniquilar de la faz de la tierra a todo un pueblo debe ser recordado por todas las generaciones, a fin de que no se repita nunca más. El Holocausto de alguna manera nos obliga a replantearnos nuestra humanidad y el rumbo de la historia, aunque también nos abre el camino para nuevas maneras de hacer filosofía, y a su vez también para repensar y reflexionar un nuevo concepto de hombre. En este contexto surgen innovadoras formas de concebir el arte, la literatura, la filosofía y también de hacer nuevos pactos entre los hombres de manera que podamos acuñar un nuevo imperativo categórico para nuestro tiempo, imperativo que ya había sugerido Theodor Adorno. Se trata de alzar todos juntos las voces sin distinción de sexo, raza, o religión, y decir "’Nunca más Auschwitz”.
(*) Estudiante de Filosofía en la UNSJ y UNCuyo.