
Por Diego Romero
Periodista, filósofo y escritor.
… Con la luz del sol llega el calor, las ropas de playa, los veleros, las mareas envueltas de azul marino, verde perla, helados, y la nieve que se derrite por doquier. En cambio, los días grises del invierno suelen ser duros, arduos, y por momentos aburridos. Es decir, el deseo es la consecuencia final de un sentimiento. Así, por ejemplo, cuando deseamos que Argentina salga campeón de un mundial, es el final de una emoción que nos une como sociedad, al igual que el deseo de la llegada de la primavera luego de pasar el invierno. No obstante, el temor es otra emoción que paraliza al deseo generado por la intuición de un peligro, presente o futuro. Vivir el presente con intensidad es vivir en el deseo, vivir el futuro con proyecciones irrealizables, es vivir en el miedo. Las especulaciones de todo tipo contribuyen a alimentar las ilusiones, que terminan en la paralización de las acciones, cuando esas promesas fallan.
Oportunamente, la ilusión no es lo mismo que el deseo, este último es más natural, puro, un volver a los 17 pirulos, con ilusiones originarias; el primero, herido, enredado, sólo se busca reinventar. La ilusión alimenta a la falsa pasión que es la de creernos los mejores cuando en realidad no lo somos. ¿En qué somos mejores los argentinos? Entonces, teniendo en cuenta esta diferencia, ¿qué distinción hay para los líderes y la sociedad? Cuando decimos que un líder puede ser "traficante de esperanza", hacemos referencia a que en algún período de la historia, el liderazgo oportuno sabe comercializar el deseo de la sociedad en una ilusión reinventada, muy lejos de la originaria. Así como el león herido busca a su presa con mayor desesperación.
Cada miedo esconde un deseo por hacer. No se puede vivir del futuro, pero tampoco se puede contar del momento. No obstante, cuando la ilusión triunfa sobre el deseo y se persiste en ella, surge el miedo. El miedo alimenta la ilusión y así se potencian mutuamente ofuscando al deseo. Es decir, vivir de especulaciones futuras que casi nunca llegan es vivir de ilusiones, que al fin y al cabo es vivir en temor. Tomar conciencia del tiempo presente es proyectar deseo, que a la carrera es proyectar esperanza. Los grandes totalitarismos se camuflaron en las ilusiones frustradas del pueblo, luego de ser castrados de objetivos oscuros, porque se creyeron dueños de la verdad. Al respeto, para Kierkegaard la resignación infinita es simple porque constituye un estado anterior a la fe, deseo o esperanza, basada en el absurdo. En cambio, para Freud, tenía mucho que ver la mochila que cada uno traía de las vivencias pasadas. Es decir, para que se entienda, preferir los días grises del invierno rodeados de osos polares a las playas azules en bikinis o slips de baño, es sólo cuestión de gusto. Pero quedarse en el invierno es elegir la resignación de la ilusión. Darle un sentido al presente es alimentar el deseo primaveral al miedo.
Spinoza auguró que las armas no conquistan las mentes. El ver a un argumento como ideal y ponernos a merced de él con la ilusión por llegar, o el aceptar que no hay otra salida, en ocasiones, constituyen victoriosas derrotas. Vivir de malestar en malestar es vivir en resignación, que su única recomendación es su familiaridad, la sumisión, lo minúsculo. En cambio, para el grupo mayúsculo, solamente se vive una vez, la cuestión es si sólo vivimos resignados sumisos al miedo, o estamos reinventándonos en deseo.
