El pan de la juventud es el entusiasmo. Me gusta que los jóvenes vivan y convivan entusiasmados. A veces tengo la sensación que, nosotros los adultos, vivimos como si la ostentación y la riqueza fueran lo más importante en la vida de una persona, cuando lo único que necesitamos para estar realmente radiantes y felices es tener algo por lo cual conmovernos e ilusionarnos. ¿Qué sería del mundo sin la ilusión? No olvidemos que la facultad de realizar un sueño es lo que hace que una vida sea fascinante.

Hoy en día tenemos la mayor generación de jóvenes de todos los tiempos, a la que no se le puede cortar las alas de la ilusión. Están deseosos de innovar, de arriesgar, de crear y buscar nuevos horizontes en un mundo viejo, crecido por la indiferencia, extenso en la decepción y en el permanente desencanto. A veces nos recreamos ante un mundo infeliz y creamos la confusión, confundiendo la desdicha con la dicha de la verdad. No hay mayor júbilo en la vida, que tener algo por qué luchar y alguien a quién amar. Los jóvenes precisan ser amados por sus progenitores y, los ascendientes, también precisan de ellos para tomar su energía. Una sociedad que no escucha, ni considera a su mocedad, está sentenciada a no levantar cabeza y a morir de pena.

Los jóvenes tienen que vivir su vida a lomos del lenguaje de la ilusión, trabajando y formándose. Desde luego que sí. Lo peor que le puede pasar a una civilización es que la juventud caiga en la ociosidad o en las garras de algunos empleadores que los utilizan para explotarlos, aprovechando que el índice mundial de desempleo juvenil sobrepasa con creces el desempleo adulto. Ciertamente, los gobiernos tienen que hacer mucho más por la gente joven. ¿Para qué sirve la formación si no se da oportunidad de usar los conocimientos y habilidades adquiridas?

Una nación que les niega a sus jóvenes la posibilidad de trabajar camina a la bancarrota.

"Lo más importante es no rendirse y aprender algo nuevo cada día", dice Yanira, una joven mexicana, en el informe sobre la Juventud Mundial emitido recientemente por la ONU.

Truncar ese capital de entusiasmo es como desangrar el alma de un pueblo, vivir en un infierno. Reflexionémoslo.