Atentado a la embajada israelí en Buenos Aires. 

Por Jorge Cohen,  Exagregado de prensa de la Embajada de Israel en Buenos Aires.


El que sigue es un hecho, no una interpretación: aquel martes 17 de marzo la casona de la embajada, en la esquina de Arroyo y Suipacha, voló por el aire con nosotros adentro. Y también con otras víctimas que estaban en la vereda, en la calle, enfrente, a la vuelta, al lado, cerca o lejos, que los criminales se ocuparon de que también estuvieran dentro del edificio. La explosión y el terror nos alcanzaron por igual, los escombros fueron los mismos. La pena y los desgarros, el vacío. Fue un horrible privilegio: el del primer atentado, hasta ese momento era el más terrible de este tipo, el que abrió la puerta del tercer milenio en nuestro país.Y de ahí en más, los reclamos, desde entonces hasta hoy. Y tres palabras que se entrecruzan y cuestionan la cultura de la impunidad. Esa esquina del viejo Barrio Norte porteño, hoy la Plaza de la Memoria, es la representación territorial de lo que nos dejó aquel 17 de marzo. A nosotros, al país de la bandera celeste y blanca. En el ataque hubo 22 muertos identificados; 9 trabajaban en la embajada, 13 eran transeúntes o vecinos, ciudadanos argentinos, israelíes, bolivianos, paraguayos, uruguayos e italianos. Es decir, seis banderas. Muchas veces percibo como poco útiles los discursos, pero nunca los recuerdos. Me acompañan y me ayudan a ser el testigo -que antes fue una víctima y un fantasma de tierra y sangre- que se levanta y da testimonio. Recuerdo que aquel 17, acostado en una camilla, arriba de una ambulancia que arrancaba rumbo al hospital, tomé una parcial conciencia de lo sucedido. Y aturdido, al no saber quién manejaba la ambulancia y suponer que eran terroristas, con los pies golpeé las puertas traseras, las abrí y me tiré. "Estabas herido y en shock pero con las defensas altas'', me dijeron días más tarde los médicos. Pero también hay recuerdos más recientes: hace seis años, aquel sábado, a las tres menos cuarto -hora de la explosión- quienes trabajábamos en la embajada nos encontramos en la esquina de Arroyo y Suipacha.


Allí estábamos los sobrevivientes argentinos y muchos de los israelíes, que habían viajado para el aniversario y el recuerdo más emocionante fue la presencia de Dany Carmón, cónsul israelí en 1992, quien perdió a su mujer en el atentado, y él mismo sufrió graves heridas. El ex ónsul expresó sus sentimientos entre lágrimas: "Este es nuestro acto. Este es el acto central''. Con el paso del tiempo no dejo de aguardar para saber quiénes fueron y cómo lo hicieron y, como consecuencia, que los criminales vayan a la cárcel. Y vuelvo, entonces, a las tres palabras citadas que, a costa de toda esperanza, se presentan entre signos de pregunta ¿Se hará justicia?