"Si perdierais el apoyo de tus pies porque avasallan tu suelo, aquerenciareis una desgracia, pues, te han robado la Patria".
No hay Patria sin el derecho a posar en el planeta un pedazo de la piel, porque es cuna de tierra la primera que mece al hombre. De allí, allende los tiempos, deviene la Patria y no de la confusa redacción que inspiraron errantes escrituras que compaginaron discrecionalmente el patrimonio universal de la historia. Extremando la mirada hacia la zaga que construyó el principium, donde brotó simple y natural el manantial de la existencia, no se bifurca la brecha pregonera que avivó primero la vivencia. Precisamente, el gozo infinito de saberse vivo alimentó la gratitud cuando abrevaba sus formas el sentimiento humano, y de la aquerencia, se nutrió el concepto. Esto último fue lo que cambió -el concepto-, en medio de paradigmas en épocas signadas por el estrepitoso devenir.
En ese marco de reflexión y razonamiento, la Patria es esencia viviente que el hombre traslada en él más allá de las fronteras. Percibida de ese modo, no será la opulencia ni el estatus en tierra extraña quien desdeñe contra ese atributo entronizado de la honra enaltecida, porque la Patria, invisible en sí misma, se hace imagen en su presencia fecunda cuando mueve al ser hacia la epopeya. Allí nace el patriota que ofrece su vida para salvarla de cualquier contingencia, porque no la tolera amenazada ni oprimida ni vilipendiada. El patriota muere para sostenerla viva e ideal. Esa es la muerte que nadie cuestiona porque es entrega desprendida, generosa y redentora. A tal punto se elevaron loas que los hijos de la Patria mueren por ella con el esplendor de la vida, de cuya significación resulta que para la Patria jamás fenecen sus patriotas. Ellos son hijos de la gloria y por siempre serán enaltecidos en el corazón memorioso de los tiempos. De aquel concepto extremo de la entrega se desprende que ellos, los patriotas, no mueren cuando la bayoneta enemiga atraviesa sus entrañas íntegras, porque la Patria les dignifica eternamente en el altar de la vida.
La Patria es hija del cielo pero su pertenencia está afincada en la tierra misma a la que otorga fundo para el arraigo constructor de los hogares acunados bajo el amparo de su profunda sublimidad. Por eso la Patria colma en dicha lo suyo y derrama en sangre su dolor cuando en feudo la pretenden convertir. Patria es liga del camino en derrotero común, porque ata y une en familia la tierra natal, en sus vínculos y afectos, en su historia cimentada por el cúmulo de bienes moldeadores de su propia identidad… porque la Patria es en su marco hacedor, ligazón de argamasa perdurable del embrión edificante que genera la cultura.
¡Patria Mía!. Aunque desgarre los arpegios del sonido, mi garganta perderá su voz para que tú cantes. Sólo déjame involucrar a todos en la ingenuidad de anhelarte con la fe de mi prójimo cautivo en su espiritualidad y en su creencia. Porque sé que es posible avizorarte en la llanura y en la encumbrada cima, presente siempre en la hora de la vida. Comprende, por favor, mi presuntuosa arrogancia, al ofrecerte mi palabra en humilde oración: ¡Oh, Patria Mía! Fundada en ríos caudalosos de valores inmaculados, cuando el génesis pincelaba la sustancia y el ser: Permítenos regarte con nuestra sangre si fuese preciso, porque es tiempo de restaurar el oro que bañó el laurel que supieron conseguir abnegadas y clarividentes generaciones de ese ayer que se pierde entre nubes borrascosas. Permítenos morir para que tú no mueras, sólo déjanos abierta la puerta gloriosa del altar de la vida. Permítenos engrandecer el instante que despunte el día, regando en la lucha y en la paz la libertad de tu estación. Permítenos la reflexión profunda para aunar esfuerzos por tanto lo que pudiendo ser, no somos. Permítenos la llave de la entrada grande que alumbre la Nación para que renazca fervorosa en tu vientre prodigioso. Permítenos vislumbrar el bien común para que se realicen tus hijos en ti, en sus creencias y en la virtualidad que adorna la rectitud de los actos. Permítenos embebernos de la savia que purifica el torrente que da sentido a la existencia humana. Permítenos izar nuevamente la bandera después de tanto andar para elevarla al pedestal de su gloria inmortal. Permítenos ser patriotas de la mano de los próceres que sembraron el terruño que pisamos hoy, en la gratitud inmensa a José Francisco de San Martín y Matorras; Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco; a Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano; a Antonio José de Sucre y Alcalá; a Domingo Faustino Sarmiento; a Bernardo O’Higgins Riquelme … y en estos nombres a todos los patriotas que viven en el mármol del corazón de la Patria. Permítenos que con el orgullo de ser y sentirnos argentinos, rompamos las cadenas del infortunio para asirlas a la unión nacional. Permítenos la racionalidad para que ningún habitante del pago se sienta perseguido por razones religiosas, étnicas o políticas. Permítenos que todo sea en nombre de la Patria porque es el modo de estar más cerca de Dios.
