El triunfo de España en el Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010 constituirá por mucho tiempo un feliz pretexto para unir la sociedad de aquel país. Primero porque "el españolito de a pie”, como llaman ellos al ciudadano medio, nunca tuvo demasiada confianza en el fútbol español en competencias internacionales.

Ocurre que, salvo excepciones protagonizadas por equipos como el Real Madrid o el Barcelona, especialmente, varias veces ganadores de copas europeas o intercontinentales, flotaba algo así como un complejo de inferioridad, incluso ante Argentina, y ni que decir frente a Inglaterra, Alemania o Francia. Más aún cuando nunca pudo llegar a la final de un Mundial. Por otra parte, este bálsamo inesperado e inconmensurable, alivia las heridas que aún no cierran provocadas por los fuertes embates de la crisis financiera internacional, sólo comparables en el Viejo Continente a las más amargas experiencias de Portugal o Grecia.

Les hacía falta, como también suelen decir ellos, una pasada por el Paraíso para respirar hondo y seguir. El domingo se les apareció la felicidad en forma circular o mejor dicho de pelota de fútbol, que rodó y rodó por cada rincón de las 17 comunidades autónomas en que se encuentra divida la península bajo el paraguas de la Constitución de 1978. Y vimos una fotografía probablemente nunca vista en España en décadas: los abrazos fraternales de madrileños y catalanes, vascos y valencianos, gallegos y andaluces con cualquiera de sus vecinos, en síntesis españoles con españoles guardando sus furiosas banderas individuales por unos días.

Es el abrazo majestuoso de España a sí misma, lejos de las diferencias que nunca son insalvables, pero que a veces rompen el equilibrio rojo y gualda y el unísono tronar del Himno español que no volvió a tener letra desde la llegada de la democracia. La última letra de la canción patria española fue de los tiempos de Franco cuando exigía la unidad a costa de todo, incluso de persecución, tortura o muerte. El flamante Congreso democrático a partir de las primeras elecciones libres de 1977 nunca se puso de acuerdo para dar nuevas estrofas al Himno y por eso hoy solo conserva la música de siempre, sin letra. Pero esa música todos la sintieron por igual, sobre todo en esta final apoteósica, incluidos los vascos y catalanes, dos de los pueblos con mayor acento independentista, aunque, en ambos casos, a ello responde una muy pequeña minoría nacionalista extremista que nunca rebasó el 5% del electorado a la hora de elecciones.

Por eso, y precisamente, en medio de muy recientes manifestaciones de este tenor en Barcelona reclamando para Cataluña el uso del término "nación”, y frecuentemente en el País Vasco, el fútbol une España en estos días casi como en la amalgama original que alumbraron Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. O como lo manda la Constitución vigente, aunque sorprendan tan osadas comparaciones. Quizá también porque ser campeones del mundo no pasó nunca en 80 años de mundiales y mucho menos en tiempos de dictadura cuando se decía que Franco protegía al Real Madrid en desmedro del Barcelona y las selecciones españolas nunca avanzaban mucho. "Esto con Franco no pasaba”, dirá hoy algún español, como ante tantas cosas que marcan el camino de la consolidación de una nación moderna y democrática.

Así, y a la luz de los separatismos que han demostrado no servir a los pueblos, esta experiencia deportiva importa para España felicidad, placer y júbilo sin límites, y la sensación fuerte de preciada unidad que llega muy cerca del corazón de todos sus ciudadanos. Y de aquellos que, desde aquí, desean una pronta recuperación a esa patria querida que merece volver a mirarse la cara para adentro como en estos días de enorme e histórica gloria futbolística.