"El despotismo de 1976 difundió en la Argentina una práctica económica perversa que privilegió la especulación sobre el esfuerzo productivo, y la ganancia usuraria sobre el capital de riesgo. Fue lo que llamamos la Patria Financiera. Esa práctica contaminó la vida del país y no fue revertida por el gobierno actual".

La frase citada podríamos referirla a los gobiernos del matrimonio Kirchner, de Antonio De la Rúa, de Carlos S. Menem o de Raúl Alfonsín, incluyo, por supuesto, el incesto iniciado por Rafael Videla. La paja en el ojo ajeno vestía con el mismo sayo al creador del pensamiento, cuando de la hipócrita magia electoralista, un as en la manga de Menem acuñó en El Libro Azul y Blanco -La Revolución Productiva: Punto Final a la Especulación-, la frase transcripta in principium entre comillas, creada para despotricar contra Raúl Alfonsín durante la campaña electoral de 1989.

Con la misma vaina se puede cortar la torta conceptual del período 1976-2009. Resulta dable pensar que la frase enunciada, es la síntesis exacta que describe al menos 33 años de elocuentes discursos sustanciados para criticarnos unos a otros, en un país esperanzado que presagia siempre que el gobierno que viene será mejor que el que se va… La carencia de respeto descendió al extremo que ni siquiera hemos procurado el ingenio para cambiar la prédica, como si la pretendida idea de salvación o la de ser feliz hubiese fenecido como anhelo y aspiración natural en el corazón del ciudadano argentino.

La "política aventura" no es todo lo grave que se ve, sino la falta de idoneidad, de vocación de servicio y amor a la patria de cientos de miles de dirigentes y gobernantes que -durante tantas décadas-, solamente han podido construir un camino de fango donde a la decencia le cortaron los pies. El hombre honesto está muriendo en la inactividad adormilante de un hábitat que le asfixia, porque el propio Estado no le reconoce en sus principios y valores. La República, embebida en su moral propia desde su génesis, ha podido sostenerse esforzadamente en la oscilante vida nacional. Ello ha permitido a sus instituciones, tarde o temprano, recuperarse del ataque artero asestado por encumbradas personalidades del poder, y en general, asumido como una constante por el propio poder gobernante.

Lamentablemente, tanto ha ido el cántaro al agua, que se ha consumado en un hecho aberrante de la historia, porque afecta gravemente a las instituciones argentinas -de todo orden y jerarquía-, de cuya infamia e infortunio se ha servido el despojo más caro a su identidad: Se ha despojado -a las instituciones-, de su cultura, y por ese pillaje inaudito, sufren el trance horrendo de la confusión que le impide al ser argentino identificarse como lo que es.

En ese lapso de 33 años de iniquidad, primó el adobo increíble del mismo modelo económico financiero, con variantes no sustanciales, que se manifestaron en el estilo propio de cada gobierno. El significado y conclusión de tan mentado enfoque, permiten inferir que la trivial expresión tiene su asidero en estos últimos años donde nada ha cambiado en el modo de concebir la economía y las finanzas, sólo que cada día es más difícil soportar la convivencia en un país que disgrega la familia, olvida la educación pública en medio de la inseguridad que nos arrebata, con distintas estrategias, un hijo en cualquier instante.

La idea financista y autoritaria de concebir la administración del Estado, dejó al país en la obsoleta y ruin muralla del arcaísmo, impidiéndole desarrollarse acorde con un mundo que cambia todos los días a pasos agigantados. Desde Videla hasta nuestros días, han transcurrido 33 años de ceguera y perversidad gubernamental, con permanente hálito fanático, que han regado con la ignominia un tiempo negro de historia argentina. Largos años serán requeribles para equiparar al país con sus pares latinoamericanos que le están dejando en la zaga triste del atraso y la incompetencia. ¿Cómo entender que necesitamos concebir el país desde otro vértice? Ese vértice es la alta política, alejada y ausente en los últimos lustros. La jerarquía a la que debemos elevar la política en una nación sedienta de justicia y de decencia, hará posible que la princesa de las ciencias se encumbre y ennoblezca como arte para conducir a los pueblos. Y porque es menester que las actividades auxiliares que giran en torno de este arte, no impidan en el ejercicio, ni su primacía ni su carácter supremo. Un país se construye y se concibe desde parámetros principistas que nada tienen que ver con la especulación financiera. La patria es un valor abstracto con características de tangibilidad que sólo se percibe intensamente en la humanidad del ser. La patria financiera no existe y es una pésima expresión. Lo que existe es un ánimo financista que especula cruelmente sin límites. Al decir del concepto histórico, tiene los ribetes propios de la desmedida ambición, intrínsecamente individualista, perversa y nihilista. De ese país debemos salir pronto, porque en la medida que el hombre se materializa en su alejamiento de Dios, pierde, evidentemente, su humanidad y el criterio de justicia.