Temblaban mis piernitas de quince años en la helada esquina del almacén, hasta donde junio había llegado a derribar gorriones. Poco abrigo, calcé pinta más bien propia de un verano. Había que confesarle que me había maravillado con sus pocas palabras. Estuve toda esa noche en vela hilando libretos grandilocuentes, que fui desechando, hasta que sólo me quedé con el: "¿que has hecho hoy?"
Ella no vino, y mi orgullo lastimado impidió preguntarle qué había pasado, cuando volví a encontrarla. Claro, ella tampoco dijo nada. Asunto cerrado, pensé. Sin embargo, lagrimé broncas durante varios días. Luego me enteré que estaba noviando con otro.
De adolescente uno construye varias citas en la abstracción, muchachas que se amolden a nuestros gustos; que son dulces, simples y de mirada apacible pero profunda. Aprendí que este ejercicio de la imaginación es una especie de vida paralela donde somos más poderosos y, a similitud de aquellas "historias no sucedidas” de Borges (hechos que estuvieron a punto de ocurrir y alguna circunstancia lo impidió, a las que su genio les atribuyó tanta existencia como a las que acontecieron), fui fundando esquinas de esperas y paseos atardecidos de la mano de la muchacha esperada. En esos firmamentos transparentes encontré mi mejor versión (milagros -dicen- que logran los optimistas); poderoso, no obstante algunos miedos con perfume a ceniza, diseñé encuentros milagrosos, requiebros infalible, tardes triunfales, besos de mieles y fogatas. En ese escenario de ilusiones donde el poema seguramente mejor se siente, todo fue dulce y mágico, nada moría abruptamente, sólo el lento y piadoso olvido disipaba las quimeras.
Hoy me pregunto si no es ciertamente gracias ese mundo de ensoñaciones que pude edificar zambas y valses confidentes que se me escaparon de las manos para ser palomas de todos. Si el universo de las quimeras no se ha confundido en abrazos rojos con el de la realidad, y somos los poetas mendigos triunfales de una bandada de golondrinas que siempre vuelve al corazón. "Aquella" no vino a la esquina con almacén. La muchacha dulce de los sueños cedió sus manos tibias al romance caído en una canción; pero quien hoy comparte mis días, mis hijos y mis dichas ha derogado con creces las citas que no fueron, para esperarme en todas las esquinas.
