La ayuda a los sectores vulnerables es decisiva para evitar el avance del coronavirus.

Si substancial es que toda persona tenga la oportunidad de crecer física e intelectualmente, de ser creativo y de ofrecer su talento; no menos transcendente es activar comportamientos y modos de cohabitar, enfocados al respeto por la vida, los seres humanos y sus derechos.


Sin duda, hemos de perder el miedo a fracasar. Hoy más que nunca requerimos de valor y valentía para hacer frente a multitud de conflictos generados entre nosotros, para plantarle cara a los desastres naturales y el cambio climático; y, así, tomar conciencia de ese hálito de familia a la que estamos predestinados, por propia subsistencia de la especie humana. Las respuestas individuales ya no sirven, se requieren actuaciones conjuntas, sentirnos unidos humanamente para no caer en el desconsuelo y poder avanzar hacia otros horizontes más hermanados, por el propio sentir humanístico que todos llevamos inherentes en nuestro corazón. A propósito, es una esperanzadora noticia, que para combatir el coronavirus a nivel global, la ONU haya lanzado un plan humanitario de dos mil millones de dólares. Pensemos en esas gentes que no tienen un hogar en el que puedan practicar el aislamiento social o aislarse, o que les falte agua limpia y jabón para realizar el acto más básico de protección personal, como es lavarse las manos, teniendo en cuenta además, que si se enferman de gravedad, tampoco tienen forma de acceder a un sistema de salud que pueda ofrecerles una cama de hospital y un ventilador. Toda esta bochornosa situación, debe movernos el alma, ha de hacernos salir de nuestra pereza, y activar otro ánimo más de servicio y donación. En ocasiones, duele mucho ver algunas asociaciones que se dicen benéficas, perdidas en sus propios intereses, convertidas en otras ventanillas burocráticas más, ausentes de ese afecto primordial que nace cuando en verdad se abre el corazón a los demás.


Desde luego, ese espíritu humanitario exige de nosotros una entrega incondicional, un compromiso de amor verdadero entre semejantes, una fortaleza de adhesión a los principios de democracia, libertad, justicia, desarrollo para todos, autocrítica, tolerancia, aceptación de las diferencias y entendimiento con afán comprensivo. Por desgracia, hemos llegado en los últimos tiempos a un menosprecio de los derechos humanos, que nos hacen realmente salvajes. Sería bueno, por tanto, poner en práctica el que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad, obligaciones y deberes, y que dotados como estamos de raciocinio y conciencia, tuviésemos un proceder más fraternal los unos para con los otros. Conscientes, de que los moradores de este mundo necesitamos crear condiciones de estabilidad y bienestar para todos, no cabe otra que instruir a las nuevas generaciones hacia otro tipo de actitudes más pacíficas y amistosas, sin obviar que han de basarse en la consideración hacia toda vida, sin distinción alguna, pues todo ha de sustentarse en la solidaridad desprendida y decente de nuestra morada interior.