Recuerdos de antaño con la fogata y los vecinos alrededor.


Inesperadamente, recibo un Whatsapp de un compañero de Hugo de la primaria, que vive en Córdoba hace muchos años. Describe sus recuerdos y desde ellos roza a mis madres y mi barrio; y manda Bruno Baiutti -de él se trata- una foto suya de entonces, niño de unos 10 años. Rememora la esquina de nuestra casa exactamente como era.


Emocionado, le contesto que todas sus remembranzas de niño son puntuales y que casi todos los días paso por esa esquina frente al Estadio Aldo Cantoni y generalmente me paro a buscar algún rastro que me ponga el alma en esa niñez. Hay allí árboles que quizá son los mismos de entonces, con años encima; veo un rosal que quiero fervientemente sea el de rosas ambarinas (¡qué viejito estás!). Y miro desde esa esquina crucial el derredor de mis amigos, la casa de los Figueroa, frente la de los Zárate, de madera como la nuestra y que luce igual. 


Ya sé que allí no está la casa de mi infancia. Pero la veo. Tengo en la memoria duplicado el mundo que me tocó vivir. En una de las versiones se ve el paisaje actual y en la otra transcurre, como una vieja película, el pretérito. Ahí está mi casa, en la misma esquina. Mi madre barre la tardecita, acorralándola hacia el oeste. Tiene ese vestidito que creo es estampado en verdes y amarillos y la escoba se le prolonga como varita hacedora de polvaredas que se desmayan en el piso levemente mojado. Sé perfectamente que mi padre ha de llegar a eso de las ocho, con su cansancio al hombro y su buena estampa, que nuestro amigo Baiutti recuerda exactamente como era, bien peinado, bigotito fino y un traje marrón a rayas. Que en algún lugar del alma universal están los dos abrazaditos tratando de reconstruir la vida y el amor. Que el Meco, ese gato cabezón de dos colores, persigue palomas por los escondrijos del verano y que ya volvemos con Hugo desde la canchita de enfrente, ajados de pelotazos y viento, vigorosos de adolescencia y sueños. 


¡No me digan que no está la casa de madera en la esquina de Victoria y Las Mercedes, si clarito la estoy viendo! Todo vacío está lleno de nosotros, esa carga de ademanes y vivencias que nos integra. ¡Chau, Lulo!; esta tarde te vi como derrotado. Me alegro, Enrique, que tu hijo Martín dignifique el bandoneón de "Bajo Fondo", vos que acariciabas la música con maracas en la bandita que armamos. En la esquina de los Figueroa se ha armado una chaya que salpica al sol. Hacia el sur, una fogata colorea niños y gorriones escondidos. En el viejo Parque, la Isla construye fantasías de chicas humildes y rufianes. Miro de reojo la equina. Mientras llego a casa, voy guardando en el pecho una historia indeleble, felizmente.

Por Dr. Raúl De la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.