Siempre se ha considerado que las corrientes nacionalistas -insertas en casi todos los partidos, acá y en el mundo entero- son estatistas. Nacionalismo y estatismo serían literalmente sinónimos. Llegó la hora de despejar la extendida falacia.
En primer lugar vale traer ejemplos de grandes nacionalistas como Charles De Gaulle que en sus estrategias para potenciar y desarrollar a sus países propugnaron esos objetivos nacionales y simultáneamente convocaron a una economía más o menos abierta, competitiva, productiva, proinversiones, superavitaria y generadora de empleo privado de calidad y alta remuneración. Con gran mercado doméstico y amplios mercados mundiales para su trabajo.
En 1958, De Gaulle convocó a Jacques Rueff, egresado de la famosa École Polytechnique -¿podremos tener la nuestra en este siglo…?- , para que estabilice la economía francesa y así siente las bases de su despegue, derramando prosperidad. Los norteamericanos y los británicos, así como los alemanes, aún con notorias medidas proteccionistas e inclusive intervencionistas del Estado, apostaron a ese matrimonio entre nacionalismo y economía relativamente libre, con una regulación estatal tan fuerte como prácticamente invisible. Esto es irrefutable. El caso de China, a partir de Deng, formula otra combinación, pero con igual direccionalidad: zonas libres en medio de un Estado muy fuerte y totalmente presente, sin libertades políticas.
En todo el mundo avanzado, la sintonía entre objetivos nacionales sólidos e irrenunciables y economía de la libertad configura una asociación central. Con sus vaivenes, contradicciones, marchas y contramarchas en aspectos puntuales. Empero la regla es esa, nación y libertad. No una excluyendo a la otra. Las dos conjugadas.
Brasil es otro ejemplo, más allá de la red vastísima de corrupción que lo está lastimosamente carcomiendo por estas horas. El Partido de los Trabajadores cuando llegó al gobierno continuó la política modernizadora de Cardoso. No alteró las bases de la estabilización y antiinflación del régimen precedente. Hubo políticas sociales que efectivamente elevaron a la clase media a más de 50 millones de brasileños. Ese ensamble entre nacionalismo popular y libertad sufrió el impacto de la indecencia, pero esto es harina de otro costal para las reflexiones de esta nota.
Entre nosotros Arturo Frondizi -sin dudas un hombre de Estado, un estadista- y su colaborador Rogelio Frigerio, cien veces distinguieron "nacionalismo de fines de nacionalismo de medio". Ellos sostenían que el objetivo era realizar una Nación poderosa, con una economía fuerte, con una industria desarrollada, con mucho valor agregado, con autoabastecimiento energético. Pero que esa meta no se lograba con instrumentos del nacionalismo económico, sino con las herramientas de la economía atractiva de los capitales reproductivos, esto es los que se invierten para expandir la actividad, para producir factores reproductivos de más bienes. Por eso abrieron la Argentina a las inversiones, inclusive las extranjeras. La precariedad político-institucional de Frondizi segó este proyecto y aún se padece esa frustración de hace bastante más de medio siglo.
Coetáneamente, Juscelino Kubitschek en Brasil dio los pasos para cumplir con su promesa de darle al país "50 años de progreso en 5 de gobierno". Lo hizo movilizando a los capitales, dando impulso al emporio industrial paulista, y trasladando la capital a Brasilia. No sufrió la desestabilización política que eyectó a Frondizi.
El estatismo es la exacerbación del sano rol del Estado para equilibrar, regular y fortalecer las relaciones económico-sociales. Como se diría en lenguaje callejero, la idea de la función del Estado en manos del estatismo "se pasa de rosca". Para peor, es la inexorable antesala de la corrupción que entre nosotros se despliega por las mil capas y entretelas de nuestro mastodóntico Estado. Me comentaban que en Senasa había decenas de empleados que sin siquiera habían pisado un puerto y recibían el pago de horas extras por inexistentes labores de fiscalización. Por supuesto, con la colusión de sus jefes que exigían un "retorno" de hasta el 90% de esos adicionales. Así no hay economía que aguante.
Nuestro país no saldrá para adelante con estatismo y corrupción. Si una pyme frutícola sufre, la solución no es meterle mano estatal, sino solucionar la macroeconomía. Ésta se resuelve con racionalidad, idoneidad y honestidad en la gestión, sin despilfarros y con un Estado activo dotado de personal con carrera administrativa.
Remarcar precios dos y tres veces, "hasta por las dudas", no colabora para que modernicemos nuestro pensamiento ni para que el pueblo haga oídos sordos a los cantos estatistas. Esa inconducta empresaria es echar leña a la hoguera y darle letra a los estatistas para que persistan con sus funestas recetas, plagadas de fracasos. Necesitamos abrir nuestras mentes. Quizás el gran programa para esta difícil situación es una vasta y colectiva apertura mental.
Alberto Asseff, Diputado nacional (mc), diputado del Parlasur, UNIR Frente Renovador.
