Todos conocemos la importancia y el significado cristiano de la Navidad. Pero más allá del brindis salpicado de burbujas y ruidos de pirotecnia, la Navidad transcurre entre nosotros en medio de pinos de plástico coronados con nieve artificial, Santa Claus de utilería, estampas salutatorias con paisajes nevados, comidas incompatibles con la época y mucha imaginación.

Un símbolo infaltable es el pino, con luces, globos de colores y guirnaldas de oro y plata que como un barco mitológico, surca el oscuro terciopelo de la Nochebuena. Una leyenda alemana del siglo 16 cuenta que el último día de la Creación un árbol se arrojó a los pies de Dios llorando y lamentándose por no recibir hojas suaves y flores coloridas como otros árboles, y sí, en cambio, duras que ahuyentaban los pájaros y a las mariposas. Conmovido el Creador lo consoló diciéndole: "Serás elegido entre todos tus hermanos y habrás de destacarte más que ninguno de ellos, y una vez al año, cuando todos estén muertos y desnudos de su esplendor, en tus ramas siempre verdes, luces y oro brillarán en la avanzada noche, en honor de mi hijo Jesucristo". También tiene su historia ese personaje de inflados carrillos, barba blanca, ropaje púrpura que viaja en un trineo tirado por renos llamado Santa Claus. Es un golpe de magia que se instala para esta fecha. Comenzó en el siglo 14 con San Nicolás, obispo de Myra (Asia Menor). Empeñado en transitar el camino de la virtud, el joven obispo, desprendiéndose de su fortuna, se arrimaba sigilosamente a la casa de un hombre humilde que tenía tres hijos y arrojaba una bolsa llena de oro por la ventana. Descubierta su identidad, San Nicolás se convirtió con el tiempo, en el patrono de los niños y surgió la práctica de poner medias o zapatos para que amanezcan misteriosamente colmados de juguetes. En esta trilogía, no podía faltar el envío de felicidad en letras de molde. Dicen que fue la más antigua forma de "relaciones públicas" practicada en el siglo X en Extremo Oriente. No obstante, la primera tarjeta nació en Inglaterra en 1824 enviada por Henry Cole. Decía: "Dad de comer al hambriento, vestid al desnudo. Feliz Navidad".

Pero los árboles de Navidad, los regalos de Santa Claus, o los augurios en cartulinas policromadas, lo que mejor refleja el auténtico espíritu navideño es la adoración al Niño Dios y ese impulso de amor fraterno y necesario entre los seres humanos, que coincide todos los años con la última hoja del almanaque.