La obra de Blanes sobre la fiebre amarilla en Buenos Aires.

 

Vi el cuadro cuando era niña en la Casa Natal de Sarmiento. Quedé fuertemente impresionada por la pintura. La obra "Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires" pertenece al pintor uruguayo Juan Manuel Blanes (1830-1901). Con los años he sentido idéntica impresión ante el retrato, síntesis acabada de una tragedia. La pintura describe una escena de esta epidemia, donde se advierte el delgado hilo que separa la vida de la muerte. Junto al cadáver de la madre, víctima de fiebre amarilla, está su pequeño hijo prendido a su pecho. La fragilidad humana y el intento de sobrevivir quedaron plasmados en la obra. Y aquello, realmente fue una tragedia. La fiebre amarilla llenó de desolación y muerte a Buenos Aires: en 1871, cerca de 14.000 personas fallecieron víctimas de la misma.

Hasta aquí, un sucinto relato de la epidemia. Me detengo en un hecho llamativo: el protagonismo que tuvo la ciudadanía organizada. Una Comisión Popular, cuenta la historia, se hizo cargo de la asistencia sanitaria y social de las personas afectadas. La solidaridad, como gran motor para hacer frente a grandes adversidades. Este punto, me permite acercarme al tema central del artículo: la ética en tiempos de epidemia. 

Cuando hablamos de Ética, necesariamente hemos de remontarnos al filósofo griego Aristóteles (384 a.C.) con su libro "Ética a Nicómaco” nos legó la caracterización de la ética como un saber filosófico sobre nuestra vida y experiencia moral. Ahora bien, en temas como el que nos convoca, debemos dar otro paso. De la ética personal a la ética social, de la mano de la responsabilidad social. Esa es la clave: tomar conciencia de que nuestras decisiones tienen consecuencias sociales sobre otros. Ética individual y ética social van indisolublemente unidas. Por eso no existe ética social sin principios y valores. Desde ese lugar formulo una pregunta al lector: ¿qué valores morales serán necesarios para enfrentar como sociedad, la crisis desatada por la pandemia del Covid-19?

Ya hemos mencionado una: la solidaridad. Virtud que tiene fundamento en nuestra sociabilidad natural. Como toda virtud, la solidaridad se practica. Por ejemplo, en el contexto de la crisis epidemiológica actual, movidos por esta virtud, estamos llamados a cuidarnos y cuidar al otro. En este principio se funda la medida tomada por el Estado por la cual se nos pide quedarnos en casa. 

Pero también el Estado, sujeto social por excelencia, está llamado a actuar impulsado por virtudes morales indispensables en épocas de crisis. Cito dos por la importancia en la gestión del bien común: 

1- La veracidad: la palabra proviene del latín verax, y con ella designamos a aquello que se ajusta a la verdad. Quien gestiona será veraz cuando sus palabras y acciones son fieles a la verdad. Claro que ello requiere haber llegado, antes, a la realidad de los hechos. Sí por razones diversas nuestra razón se niega a descubrir y aceptar la verdad, mal podremos hablar de veracidad. No hay forma de ser veraz si no nos rendimos ante la realidad. 
2- La prudencia: nos dispone a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y el medio para lograrlo. Me detengo en dos pasos de la prudencia: el juicio y el mandato. Por el primero, ponderamos cuál es la acción más adecuada para llegar al bien, y por el segundo, la voluntad recibe una orden: lanzarse a buscarlo. La prudencia muchas veces, urgida por la realidad, exige un toque de "audacia y una determinación pronta” (Josep-Ignasi Saranyana "¿Qué es la prudencia?’ Universidad de Navarra 7/1/19). 
Es cierto que a veces debemos demorar la decisión, hasta tener todos los elementos necesarios para la valoración. Pero en otras situaciones, lo imprudente es no decidir a tiempo lo que se debe hacer, fundamentalmente cuando lo que está en juego es el bien común.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo