Cada cuatro años, los argentinos vivimos a cielo abierto lo que llevamos en nuestro ADN como pueblo. En los pocos días que dura un Mundial de Fútbol, dejamos al descubierto lo mejor de nosotros y algunas debilidades también. Son días agitados, casi frenéticos, de gran euforia y unidos por la magia de unos colores que soñó Belgrano, inspirado en el manto de la Inmaculada Concepción. 


POR UN SUEÑO

En el haber genético, sí se me permite la metáfora, encontramos esa capacidad de soñar con grandes epopeyas que han marcado nuestra historia. No imagino a los hombres y mujeres que forjaron nuestra patria, derrotados antes de la batalla. Porque la vida diaria y las luchas pequeñas y grandes que damos, sin un sueño que nos lance hacia adelante, es como pretender volar sin alas. Los sueños son el combustible espiritual del alma. De allí que soñar por alcanzar una meta, no sólo despega nuestros pies de la tierra, sino que nos empuja irremediablemente, hacia horizontes lejanos. ¿Para qué sirve esto?, preguntarán algunos con cierta incredulidad. La respuesta es tan sencilla como obvia: para avanzar en la búsqueda de lo que anhelamos. Cada cuatro años, los argentinos soñamos con alzar la ansiada Copa Mundial de la FIFA, trofeo Jules Rimet. Y más allá de los resultados, luchar por ese sueño, con tesón y responsabilidad, nos permite subir un escalón más en el podio del esfuerzo y la superación. No en vano, la selección argentina está consolidada como una de las mejores del mundo.


 DE LA EUFORIA A LA DECEPCIÓN

¿Por qué pasamos tan rápido de la euforia a la decepción? Lo experimentado el pasado martes 22 de noviembre con la derrota del seleccionado, es muestra cabal de ello. Pienso que una posible respuesta está como escondida, en la misma palabra: euforia. Este término etimológicamente proviene del griego (euphoría), que quiere decir sensación de bienestar. Sensación o sentimiento con cierta base endeble, podríamos agregar. Efectivamente, la euforia según su acepción más común, indica un estado de ánimo extremadamente optimista, no adecuado a la realidad (https://dle.rae.es/euforia) 


Ese entusiasmo al estar alejada de lo real, se vuelve efímero y en el primer choque con la verdad, se convierte en decepción. Decepción que no es otra cosa que una emoción subjetiva y dolorosa al incumplirse una expectativa construida sobre un suceso o en torno a una persona o conjunto de ellas. Por eso bien podemos sostener que en cada decepción están las huellas de las ilusiones perdidas Y así como el sueño presta alas al alma, la decepción se puede entender como la bancarrota del alma que gasta demasiada energía y expectativa en sueños totalmente alejados de la realidad. Hay algo de insatisfacción y desengaño que lastima.
 
DE LA DECEPCIÓN AL CRECIMIENTO

Decepcionarse duele, es cierto. Sin embargo, puede ser una buena maestra en la medida en que nos ayude a liberarnos de falsas expectativas que nos atan. Se le atribuye al escritor inglés Graham Greene (1904 - 1991) una elocuente frase al respecto: "Las mayorías de las cosas decepcionan hasta que las miras más profundamente". Será cuestión de mirar bien y no sólo a la selección. 

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo