El ser humano muestra preferencias y rechazos desde muy temprana edad. Los niños eligen o rechazan un juguete, un alimento, una persona. Por supuesto, sus preferencias y rechazos tienen un fuerte componente afectivo. Con el tiempo pueden dar razones respecto de esas actitudes y aún pueden orientarlas hacia los propios productos modelados, dibujos o acciones. Ya se da en estas situaciones una incipiente actitud evaluadora que debería evolucionar con el tiempo, lo que lleva finalmente a juzgar según criterios válidos.
El sistema educativo, no da lugar a esa tendencia natural, desarrollarla y encauzarla, más bien coarta pues desde los primeros años, el mensaje siempre presente que el que tiene la facultad de evaluar es el maestro, y tradicionalmente el alumno es el único factor evaluable del sistema educativo. El evaluar, examinar y calificar, en el marco de este modelo, es una herramienta de poder respecto de la cual el docente no tiene por qué dar razones. Desde los inicios de la educación moderna, comenzó tímidamente a considerar el alumno como sujeto activo, se promovió su participación en el proceso de aprendizaje. Podía participar en las clases, preguntar, proponer, responder, pero la tarea de evaluar quedaba reservada exclusivamente al docente y esto inclusive en los niveles superiores.
Miguel Santos Guerra conocido experto en educación expresa: "las objeciones de los docentes a la propuesta de incorporar la autoevaluación de los alumnos dicen "carecen de preparación, porque es responsabilidad de los adultos” etc,. Muchas de estas resistencias se debe a la falta de claridad de los términos que conforman el campo semántico propio de la evaluación. Aún en algunos ámbitos se sigue identificando con dos de las parcialidades que la integran: examinar y calificar quien evalúa quiere conocer, valorar, discernir, contrastar el valor de la acción humana, de una actividad, de un proceso, de un resultado. Es construir conocimiento. La autoevaluación debería aparecer desde el mismo momento en que el alumno comienza a realizar una tarea o actividad. Este proceso implica el conocimiento de que cada uno puede autoevaluarse y es conveniente hacerlo y su incorporación como hábito. De hecho, esa actitud de juzgar lo que estamos haciendo, surge espontáneamente, sobre todo, en aquello que no tiene lugar en el contexto escolar. Si se iniciara en los primeros años del sistema educativo por supuesto, acorde a la edad y como continuidad de la actitud natural, facilitaría a los docentes de años posteriores, la tarea de enseñar y evaluar mejorando el proceso de aprendizaje de los alumnos. Hoy se avanza sobre las distintas propuestas de evaluación. El debate en algunos autores está centrado sobre la formación en competencias y las distintas derivaciones en las propuestas formativas de los distintos sistemas educativos y aún en los diferentes niveles. Algunos autores dan su mirada en la dificultad de las evaluaciones tradicionales como pérdida de contacto con las situaciones reales y concretas. En las escuelas en general, hace falta reflexionar acerca de cuál es la concepción en relación con la evaluación, y su vinculación con los proyectos educativos institucionales (PEI) y a partir de ahí, considerar cuál es el sentido que ellos otorgan a estas prácticas. Puede llegar a ser una propuesta o un resultante de un estilo de gestión escolar, en la cual lo "educativo” no reside solamente en las expectativas de logros que resulten de su instrumentación, sino en el modo de concebir la escuela y sus actores, un espacio para la crítica, la participación y la cooperación. Hoy siguen existiendo "las pruebas o pruebitas” sin tener en cuenta por qué las expectativas de logros no se dieron, qué estuvo mal o bien, para poder cambiar al respecto. Miguel Santos Alvarez expresa: "la evaluación es parte integrante de los proyectos , no algo añadido al final de los mismos, tiene por finalidad mejorar a través de la comprensión del proyecto, del conocimiento y funcionamiento.” Así, los docentes podrían vivenciar el (PEI) y sentirse como aprendices de sus ilusiones, percepciones y frustraciones, reconociendo esta experiencia, como un proceso crítico y de argumentación en el cual la participación, la incertidumbre, la ambigüedad y la sorpresa cobren sentido y significado.
Existe el desafío de encontrar una articulación coherente entre evaluaciones fuertemente integradas a las situaciones de enseñanza-aprendizaje, formativas puntuales, que permitan al docente informarse de forma más sistemática y posibilitando una apreciación analítica desgajada de la acción en el aula.
(*) Especialista en Educación, escritora y productora del programa Botica Educativa, Radio Sarmiento.
