"Los maestros eran figuras centrales”. El propósito de reglamentar sus derechos y beneficios cambió la resonante palabra "maestro”, por otra más acotada y técnica "docente”. Luego se impuso la burocrática etiqueta, "trabajador de la educación”. "No es lo mismo un trabajador de la educación, que un maestro”. "No es lo mismo, lamentablemente”.
En lugar de impulsar el ascenso, se impulsó una degradación de empobrecedoras consecuencias. Un trabajador de la educación, no se asocia con alguien que brinda consejos oportunos, que irradia ejemplaridad, que merece ser respetado.
"No”. Se lo asocia con alguien que cumple horarios, está pendiente del sueldo, hace huelgas, es abrumado por planillas que nadie lee, debe soportar la insolencia de padres y alumnos, tiene que desperdiciar de su tiempo pedagógico en las urgencias sociales que invaden su escuela. Para que todos los niños y jóvenes del país tuviesen acceso a la educación, se decidió cometer un colosal delito, sacrificar la calidad. "Así de simple”. "Así de grave”.
Se entendió que la calidad impedía el ingreso de muchos y provocaba una importante deserción. Se concluyó, pues, que una verdadera justicia social es incompatible con la exclusión de niños y jóvenes, debido al terror que generan los objetivos de la excelencia.
Resultado, los establecimientos educativos se convirtieron en playas de estacionamientos, donde centenares de miles de chicos pasan las horas y los días esperando que se agote el año. Adquirió carácter de dogma la "contención”. La sujeción puede devorar la excelencia, el esfuerzo, el aprendizaje, otros valores.
Este criterio, determinó que la enseñanza rodase hacia el abismo, que la escuela primaria vomitara alumnos sin los conocimientos necesarios para cursar la escuela secundaria y que la escuela secundaria bajase al nivel de escuela primaria.
Los jóvenes llegan así a la etapa terciaria renga, manca y tuerta. No saben matemáticas ni lengua, no consiguen interpretar textos, tienen groseros errores de ortografía, son impotentes para escribir un mínimo relato, ignoran historia y geografía hasta niveles que producen estupor.
Creo que la auténtica justicia social sería una educación de calidad para todos. Con esfuerzo, excelencia, valores y premios al mérito que estimulen la incesante emulación. Para conseguir este proceso, es decir, que todos vayan a estudiar y que disminuyan las deserciones, hay que empezar por conferir jerarquía a los docentes y reintegrarles la autoridad secuestrada.
Hay que convertirlos de nuevo en "maestros”, como los llamábamos antes, sólidos en autoestima, con fuerte motivación, bien pagos, receptores de un merecido reconocimiento por parte de los alumnos, padres y la sociedad.
"Es imperioso aspirar a la excelencia, y no cesar de educarse”. "La Historia, es el maestro de la vida, elevar su nivel es muy urgente, como hacer la corrección de los puntos que expuse con riesgo y esperanza en esta glosa”.
(*) Docente de Nivel inicial.
