Las expectativas de vida en el mundo aumentan notablemente. En el caso de los argentinos, alrededor de 76 años, en promedio. Sobrevivimos a las enfermedades transmisibles, pero nos exponemos a factores de riesgo que nos predisponen a padecer enfermedades crónicas que tienen un alto costo esencial e individual.

A diferencia de las enfermedades infecciosas, vinculadas con microorganismos específicos, las crónicas se asocian con estilos de vida y conductas de riesgo condicionados por determinantes sociales, como el ingreso económico, la educación y la inclusión social. Sobre las defunciones de 2010, que sumaron 308.602 en todo el país, 163.294 fueron por enfermedades no transmisibles. Entre ellas, las primeras son las cardiopatías, con un 25,6%, seguidas por los tumores malignos y las enfermedades cerebrovasculares. En las provincias más ricas, las enfermedades cardiovasculares, tumores y padecimientos respiratorios explican casi el 80% de las muertes.

Estas dolencias y otras, como la diabetes y los males respiratorios, no sólo van en aumento, sino que cuando se consideran indicadores epidemiológicos más complejos, su peso es mucho mayor y triplican al originado en causas perinatales, maternas y enfermedades transmisibles, tanto como al de las muertes violentas por accidentes, suicidios y homicidios. La inercia del sistema de salud y de las tradiciones de las comunidades médicas no es eficaz para modificar hábitos.

Según la última encuesta nacional de factores de riesgo, el sedentarismo ascendió del 47 al 53%, el consumo de frutas y verduras sigue siendo bajo; la obesidad se incrementó del 14 al 18% y la diabetes pasó del 8% de la población en 2005 a casi 10% en 2009.

Actualmente, el país con mayor expectativa de vida es Japón, con 83 años, seguido por Suiza, con 82, y Suecia, con 81. En todos ellos, los males crónicos representan el 86% de los años de vida saludables perdidos (Avisa). En América latina, las mismas enfermedades representan el 66% de los Avisa, pero la OMS calcula que en menos de dos décadas llegarán al 72 por ciento. Es necesario que todos los actores sociales comiencen a articular acciones factibles para modificar las conductas de riesgo, sin olvidar las causas de estos problemas enraizados en sociedades desiguales como la nuestra.