Durante el año que termina, el Gobierno nacional ha priorizado tanto la industrialización de la oferta exportadora argentina como la necesidad de abrir nuevos mercados para ampliar el comercio internacional, premisas elogiables ante la necesidad de obtener divisas genuinas y ampliar nuestra capacidad productiva con alto valor agregado lo que implica mayor mano de obra y servicios conexos.
Sin embargo esta pretensiosa política de crecimiento económico con amplia proyección social, carece de una estrategia elemental para llevarla a la práctica con visión de futuro. De hecho, las estadísticas reflejan que mientras los países de América latina y el Caribe aumentaron en el primer semestre de este año 4,1% sus exportaciones agroindustriales, Argentina cayó 1,1% en sus ventas externas del campo y, además, obtuvo 30% menos de cosecha de trigo respecto a la campaña anterior, por lo que tampoco podría compensar el déficit a través de sus exportaciones tradicionales de granos, para citar un ejemplo.
Las dificultades para abrirse a los mercados de ultramar con productos elaborados con gran potencial competitivo, caso del vino, los dulces o el jugo de limón, responden a una maraña donde choca la subsidiaridad, los aranceles del proteccionismo y otras barreras que se adicionan a nuestros problemas domésticos, en particular los costos internos en permanente desfasaje.
Se suman, en el caso de algunas industrias el problema de las restricciones de insumos o bien falta de competitividad por cuestiones cambiarias, por lo que el productor se ve obligado a vender a granel a los efectos de evitar estos mayores costos internos.
La ausencia de inversiones, que deben promoverse con el estímulo de políticas fiscales, pueden contribuir a dar un giro trascendente para alcanzar mayor valor agregado. El ejemplo es válido para todas las áreas fabriles que necesitan abrirse camino con el sello local, más allá de los destinos tradicionales.
Lo importante es no desaprovechando un contexto internacional muy favorable para una nacional agroexportadora, pero la dinámica globalizadora de este comercio tan competitivo no se improvisa con medidas circunstanciales. Por el contrario, el complejo comercio internacional exige políticas de Estado coherentes, con alto grado de conocimiento por parte de quienes la conducen para imponer definitivamente la marca país.
