Temporada. Las estimaciones indican que la temporada de verano 2022 en la costa atlántica, será una de las mejores.

Dentro de poco se cumplirán 40 años desde que nuestro país entró en guerra, fue contra el Reino Unido de Gran Bretaña en 1982 por nuestra soberanía de las islas Malvinas. No hemos vuelto a tener conflictos armados desde entonces. Quienes vivimos activamente aquellos años, recordamos que ocurrió algo bastante parecido a lo que está sucediendo en estos días. Hay una suerte de voracidad por recuperar la felicidad interrumpida o recuperar aquello que dos años atrás no sabíamos que era la felicidad. Más o menos para la misma época del año, en 1982, se suspendieron obligada o voluntariamente casi todas las actividades de ocio, fiestas, eventos deportivos, espectáculos. No se tenía ánimo para festejar algo cuando nuestros jóvenes se jugaban la vida en el Atlántico y la educación se ejerció en función de la propaganda típica de una guerra, algo muy semejante a lo que estos años vivimos con la pandemia. Al terminar aquél conflicto, en pocos meses se derrumbó el gobierno militar, hubo elecciones, volvió la democracia y, para quien tuvo la suerte de visitar los centros más poblados, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Argentina parecía otro país.

El regreso de la libertad y la diversidad de expresiones, la falta de censura parecía haber provocado un cambio cultural irreversible de un día para el otro. Esa misma sensación es la que se observa hoy en nuestras calles. Más allá de la proximidad de las fiestas tradicionales que siempre acercan el optimismo que se expresa cuando se dice Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo, si uno compara con el año pasado, el cambio es abismal. En aquél momento invité a un amigo a salir de vacaciones a la playa y me respondió "ni loco", aún existía y era razonable, el fuerte temor a la desgracia, a no tener a mano la obra social, a encontrarse postrado en una camilla sin los familiares cerca, de salir y no poder volver...en fin, eso que ahora se ha perdido por completo. Por el contrario, aun cuando los especialistas siguen aconsejando actitudes prudentes y mantener ciertos elementos de seguridad, higiene, uso de barbijos y distanciamiento social, pareciera que queremos tomar revancha del tiempo perdido y prevalece el pensamiento "aprovechemos ahora, no sea que nos vuelvan a encerrar". Quienes tienen salones de fiesta para alquilar, DJs, sonidistas, iluminadores, negocios de alquiler de mesas y sillas, en fin, todo lo relacionado con algún tipo de reunión no dan abasto con los pedidos y algunos pasan tres días sin dormir los fines de semana. Claro, también tratan de recuperar el capital derretido luego de haber estado dos años parados. Se les ha dado por juntarse a ex compañeros de primaria, secundaria y promociones de la universidad, amigos del barrio, de la infancia, del trabajo, el sentimiento gregario, ese que nos define como seres humanos, está en su máximo nivel, semejante al que suele sentirse en el fin de una guerra en la que se tuvo privaciones pero sobre todo, imposibilidad de reunirse. Hay una suerte de locura desatada en las calles, como si el combustible fuera barato todos han sacado su auto, no hay estacionamiento ni público ni privado y en horas pico se forman incómodas columnas en las avenidas principales pese a que terminaron las clases y exámenes que justificaban llevar los chicos a la escuela. Los cajeros automáticos son escenario de grandes montoneras y a veces también de riñas transitorias fogoneadas por el exceso de calor.

Prevalece el pensamiento "aprovechemos ahora, no sea que nos vuelvan a encerrar".

Pasaron 20 años del corralito y seguimos usando dinero en efectivo, las bocas automáticas no son suficientes pese a que ahora entregan dinero líquido en estaciones de servicio, supermercados, lugares de pago de servicios y demás. Las calles del centro tanto como los paseos de compras e hipermercados parecen asaltadas por una turba que da la sensación de pregonar "yo lo vi primero" o "deme dos".

La que debiera ser una celebración religiosa ha tornado en la banalidad del consumo de lo que sea como si eso fuera suficiente para satisfacer un deseo compulsivo de ser feliz con un paquete en la mano. La alegría y la felicidad compradas en abuso y manos llenas como si el tiempo se estuviera acabando y fuera a sonar una campana en cualquier momento para volvernos a llamar a sosiego o lo que sería peor, al encierro. Se sabe que la cosa no ha terminado pero también que las nuevas variantes del bicho son más inocuas, menos mortales, que al parecer no conducen derecho a la terapia intensiva o al tubo de oxígeno. Sea como fuere, cierto o no, estamos actuando como si así fuera. Los precios de las habituales locaciones están por las nubes, en dólares y la gente las paga sin reproche.

En la costa atlántica ya se conoce que la temporada será de las más salientes de la historia, como si la ablución en agua de mar fuese a ser la última, como si nos acechase un Armagedon covideano u omicroneano. Los científicos insisten en que esto no ha terminado y ponen un horizonte que llega a 2024, pero para nosotros parece que definitivamente terminó la guerra.