La vida es un desafío, con derrotas y victorias, pero quien no aprende a sortear la frustración estará vencido antes de empezar su tarea. Esta comprensión dentro del ámbito educacional debe ser tomada en tres planos cuyos protagonistas son emergentes de una realidad que va más allá de lo cotidiano porque abarca mucho tiempo y les permite conocerse y crecer juntos. Los padres, los docentes y los educandos conforman este triángulo y llevan en sí el concepto de comunidad educativa. Si cualquiera falla, cambia la relación establecida entre sí.
Desde cada plano las personas deben asumirse en su conciencia de libertad. Para los más pequeños esta idea todavía es inalcanzable pero no imposible porque la educación impone límites y los niños deben aceptarlos y hacerlos suyos para que la vida con el tiempo sea una gran formadora. Es un camino de perfeccionamiento con integración e inclusión. Cabría preguntarse si los jóvenes se sienten implicados como persona en el proceso de convergencia que es educar con convicciones, proyectos y habilidades. Los adolescentes, como sujetos con libertad personal, no siempre la ejercen como tal ni comprenden las leyes de un mundo ambivalente que para ellos es novedoso, desconcertante y paradójico o abierto a las mejores posibilidades. Lograr la armonía de los tres referentes no es tarea fácil como así tampoco que la juventud comprenda el manejo del tiempo y el paso inerte de las horas con los libros cerrados al optar por el juego y la diversión. El enclave más hondo se centra en formar mentes críticas e independientes y no en seres sumergidos en la soledad y el temor, que frustra la pedagogía más perfecta, la didáctica más compleja y, en definitiva, la experiencia para lograr el éxito.